Una interpretación
más o menos rígida del concepto “cisma” no debe pasar por alto el contubernio
velado pero efectivo entre el autoritarismo comunista y la milenaria
institución. Poco faltó para confundir en un solo cuerpo a la dictadura
castrista con los poderes de El Vaticano, bajo el protagonismo local del
Cardenal Ortega y Alamino.
Desde 2010 el
entonces Arzobispo de la diócesis habanera no ocultó su política de alianza con
el gobierno de Raúl Castro, aún cuando en las estructuras eclesiales creció la
oposición disimulada a su postura porque la contraparte del PCC mantuvo su
proverbial atrincheramiento frente a cualquier interlocutor peligroso por sus
poderes, reiterando la consabida frase “no cederemos ni un ápice.”
Lenier González
Mederos, ex editor de la desaparecida revista trimestral Espacio
Laical—auspiciada por el arzobispado—, ya fuera de Cuba, caracteriza la
atmósfera interna de estos últimos años:
“Una mayoría de las
estructuras institucionales de la iglesia católica cubana no estaba de acuerdo
con el diálogo político con el régimen de Raúl Castro. El proceso de diálogo
polarizó políticamente a la Iglesia. Los detractores del acercamiento entre la
Iglesia y el régimen consideraban que con ese diálogo político la Iglesia no
ganaba nada.” (Entrevista concedida al investigador de la Universidad Federal
de Minas Gerais, Alexei Padilla en 2015)
La ejecutoria de
la iglesia cubana fue un continuo retroceder, salvo honrosas excepciones.
Destacan la homilía de Monseñor Meurice Estiu (RIP) en la Plaza de la
Revolución de Santiago de Cuba, ante el Papa Juan Pablo II, elevado a los
altares y Raúl Castro, ascendido a Jefe de Estado, así como la actual carta de
tres párrocos cubanos al propio Raúl recientemente.
El documento firmado por los sacerdotes
Álvarez de Devesa, Rodríguez Alegre y Morales Fonseca se pronuncia 20 años
exactos después de aquellas palabras “La Patria es de Todos” de Monseñor Meurice y de hecho resume todo el
malestar acumulado por los católicos de nuestra nación.
Los hermanos
Castro han jugado con tres Sumos Pontífices sin variar en nada su política
interior, que ha convertido a la mayor de las Antillas en una inmensa cárcel
política, trauma incrementado por la enfermedad crónica de carácter económico
que padece el país.
El informe anual
de la prestigiosa Human Rights Watch da cuenta de unas 5 mil detenciones
arbitrarias durante el año pasado, aunque la cifra es menor a la reportada en
2016 “el régimen sigue usando otras tácticas
represivas, tales como golpizas, denigración pública, restricciones de viaje y
despidos" para castigar el disenso y la crítica pública.”
El
obispo de Pinar del Río, Presidente de la Comisión Nacional de Pastoral
Penitenciaria ha coincidido con algunos periodistas extranjeros acreditados en
La Habana al afirmar que “En Cuba si tenemos casos de presos políticos”.
(Palabra Nueva, diciembre de 2016))
Si
hay lectores con dudas al paso de la fecha señalada, basta con recordar el reclamo
internacional creciente por la libertad del Doctor Eduardo Cardet, Coordinador
Nacional del Movimiento Cristiano Liberación, sentenciado arbitrariamente a 3
años de prisión a raíz del duelo por la muerte del Líder Histórico Fidel Castro
Ruz.
Como
se aprecia, no le falta el ejerció de la más alta retórica política a la curia
católica nacional, el problema es pasar de los documentos con escasa
repercusión en los feligreses a la comunicación que ofrece el púlpito, junto a
otras numerosas acciones posible de contacto con la población.
De
la palabra a los hechos, la Iglesia Católica de Cuba debe abandonar la postura
auto referencial tan criticada por el Papa Francisco, salir de sus acogedores
claustros, al menos en nuestro país,
para lanzarse a la extraordinaria aventura de la permanente evangelización.
El
propio Cardenal Ortega lo ha dicho:
“La Iglesia no está para
cambiar gobiernos, sino para llevar el evangelio a los corazones de los
hombres, que serán los que cambiarán los gobiernos”.
Hacen falta pastores al estilo de Castor José Álvarez
de Devesa, José Conrado Rodríguez
Alegre, oficiando una misa a las Damas de Blanco en su obligada prisión
domiciliaria de Lawton.