miércoles, 17 de julio de 2013

La Ciudad de las Columnas está invadida por los vagabundos.

Alejo Carpentier caracterizó a La Habana como la ciudad de las columnas, clara alusión a las inmensas columnatas que bordean las calles principales de la una buena parte de nuestra capital allende los antiguos muros de la Habana española.

Las columnas sostienen amplios portales de altos puntales, facilitando el paso de los transeúntes, además de protegerlos contra los frecuentes aguaceros, junto al sol ardiente
del trópico, elementos permanentes en Cuba a través de todo el año.

Ahora resulta que esos soportales están parcialmente ocupados por numerosas personas, cuya imagen depauperada salta a la vista, mostrando al público cualquier cantidad de baratijas, sin orden ni concierto. Se trata de artículos muchas veces sacados de los basureros, otros regalados por los vecinos antes de botarlos, junto a ciertos orígenes difíciles de explicar.

Los improvisados puntos de venta ocupan espacios al tránsito de las personas, generando molestias adicionales cuando están junto a las puertas de los establecimientos públicos o privados, así como de las casas familiares. Continuamente pelean entre si, afean el entorno con sus trastos en venta, amenazando a las personas que por alguna razón les requieren.

Para los guardias resulta un tanto embarazoso proceder contra tales personajes. Una buena parte consumen alcohol o drogas mientras intentan vender sus bagatelas. Visten harapos y algunos padecen de retraso mental. Además, parte de la población muestra conmiseración ante el intento de reprimirlos, considerando que son un lastre social cuyo origen es responsabilidad  del proyecto social donde viven.

Cada cierto tiempo la policía hace redadas, trasladando a esta pobre gente hacia el pabellón ¨La Colonia¨ ubicada en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, antiguo ¨Mazorra¨ y en otros centros asistenciales. Finalmente regresan al lugar de origen. Su vida real terminó hace tiempo, no hay proyectos, sólo frustraciones. Quebraron, adelantándose al fracaso del socialismo en su país.

Recorriendo Centro Habana, municipio contiguo a La Habana Vieja, con unos doscientos mil habitantes, pude contar decenas de sitios ocupados por los vagabundos, agregándose algunos parques a los ya citados soportales.

Indagar sobre el pasado laboral de estos indigentes es interesante:

Silverio, ex atleta del equipo nacional de levantamiento de pesas es ahora vendedor ambulante de Ron casero, conocido como Chispaetren y adicto a los psicofármacos.

Carmen fue Jefe de Obras en una empresa de materiales de la construcción, ella  es adicta a la Coca, vende lo que encuentra para comprarla en las calles a  10 cuc el gramo.

Urbano fue un alto oficial del Ejército excombatiente de la guerra de Angola, hundido en el alcohol pide limosnas por las calles para alimentar su vicio, la familia no quiere saber de él.

  La lista es larga y diversa. Basta un análisis caso a caso para corroborarla. Estas personas pasaron a la depauperación durante los últimos años de una etapa histórica llamada aquí Período Especial. Anteriormente tal fenómeno no era visible en nuestra ciudad.

¿Qué pudo sucederle a seres humanos trabajadores, responsables, llenos de vida, para terminar de tal manera su existencia?

Cuando de golpe y porrazo se nos vino encima el fin de un mundo soñado, sustituido por otro real, con valores diferentes, no todos, una buena parte de la sociedad diría yo, fue capaz de adaptarse. Nuestros vagabundos son víctimas, representan a los inadaptados ante la difícil situación de hoy.

Les prometieron la felicidad a cambio de la fidelidad. Ellos cumplieron, pero finalmente aparecieron tiendas repletas de artículos brillantes que no pueden comprarse con lealtad, sólo con dólares. No todos tienen familiares en el exterior capaces de enviar ayuda, menos aún si tu divisa fue la absoluta fidelidad a la Revolución.

Al paso del tiempo fue peor. Se habla de empresas privadas, el país se abre lentamente al capitalismo. Los infelices que suscribieron el antiguo socialismo como sentido de sus vidas, están recibiendo ahora el injusto pago de sus pueriles sueños.

Ahora resulta que debemos eliminar gratuidades indebidas, reducir al máximo los subsidios, estimular a la gente con vistas a ejercer su propia iniciativa laboral. Yo suscribo ciento por ciento estas ideas, lástima que nos dejó como saldo inicial una oleada de vagabundos que debió tener mejor suerte y mayor consideración en el momento actual.

Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente 



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