La tumba del más famoso de los proxenetas cubanos,
Alberto Yarini y Ponce de León, emula en ofrendas y visitantes con el
internacionalmente reconocido sepulcro de Amelia Goyri de la Hoz— “la Milagrosa”,
—ambas sepulturas ubicadas en el cementerio habanero de Colón.
Los sepultureros coinciden al decir que “Yarini es cada
día más visitado, le rezan, traen ofrendas, no le faltan flores.” — ¿Quiénes
vienen, qué le piden?— Responde un viejo enterrador llamado Bienvenido:
“Periodista, como en vida del tipo, muchas mujeres, la mayoría
jóvenes y bonitas, de esas que llaman “jineteras”.
Piden, casas, viajes al extranjero, un «Yuma» que las saque del país y hasta un millonario.”
Corroboran los testimonios de estos humildes
manipuladores de huesos las notas publicadas por el cronista Ciro Bianchi Ross
en Juventud Rebelde cuando el 12 de junio del presente escribió:
“María Elena Menéndez, a nombre de un grupo de personas,
expresa su inconformidad con la probable venta de la tumba donde reposan los
restos de Alberto Yarini, ubicada en calle 5ta y ave. Obispo Fray Jacinto, y
añade que su tumba es atendida por devotos «que la embellecen y adornan, pues
Yarini, al igual que Amelia concede milagros».”
Amelia Goyri –La Milagrosa- es reputada por su pureza,
murió de parto junto a su criatura. Antes le rezaban por la ansiada fertilidad,
las mujeres que desean a toda costa engendrar. Ahora resuelve problemas de vivienda
y asuntos migratorios.
Yarini cayó abatido de un disparo el 22 de noviembre de
1910 en el barrio habanero de San Isidro, donde le llamaban “El Rey”. Su
atacante resultó igualmente fulminado ese día durante la reyerta, provocada
porque el chulo cubano le arrebató a su rival francés, de apellido Letot, una
francesita recién llegada de París, considerada la joya de los burdeles
capitalinos.
Al entierro asistieron más de 10 mil personas, destacándose
la corona de flores enviada por el Presidente de la República, Mayor General de
las guerras independentistas José Miguel Gómez.
Al triunfar la revolución decidieron derribar la estatua
de José Miguel, apodado “tiburón que se baña pero salpica”, sin embargo, los
esfuerzos del católico historiador habanero Eusebio Leal consiguieron restaurar
la escultura en su pedestal del mausoleo estilo griego erigido a la memoria del
bravo mambí, ubicado en la conocida Avenida de los Presidentes.
No es de extrañar el resurgimiento de aquel atractivo joven,
ultimado a los 28 años cuando reinaba en el “peligroso” barrio de San Isidro,
coto cerrado de la prostitución.
Una ferviente católica confesó al reportero:
“Antes era frecuente ver casitas, avioncitos y demás
objetos evocadores de anhelos populares, junto a los santos más queridos en
nuestras iglesias, San Lázaro, Santa Bárbara,
La Caridad. Pero los curas
prohibieron tales ofrendas. Ahora la
gente desesperada redirige sus pasos al cementerio, donde nos esperan, con los
brazos abiertos “la Milagrosa Amelia y
el Chulo Yarini”.
Por Mario Hechavarria Driggs
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