La semana comenzó
caliente en La Habana, eran las 9 de la noche del lunes cuando en el Parque
Central ocurrió una riña tumultuaria: Un grupo de travestis se enfrentaron a los
llamados “pingueros”, homosexuales
activos, practicantes del rol masculino.
El saldo preliminar fueron cuatro heridos por arma blanca y no menos de diez
detenidos.
Un travesti que se
hace llamar Rita, aceptó declarar: “Mi amiga Lucy y un muchacho llamado Pablo, se fueron a “quimbar” al
cuarto de ella, tal parece que haciendo el amor algo le pusieron en la bebida,
porque se quedo dormida. Entonces Pablo aprovechó y le robo todo lo que tenía”.
El comentario general
apunta a reclamos no satisfechos, de ahí la respuesta posterior: “Se formó la
bronca cuando acudimos en defensa a nuestra amiga perjudicada, por ser pasivos
no vamos a permitir que nos apabullen los machos”—recalcó Rita.
Desde el Parque
Central, vía paseo de El Prado, hasta el Parque de la Fraternidad, los diversos
exponentes de la comunidad LGBT copan los bancos cada noche, buscando una
expresión propia reprimida por la policía, mayoritariamente procedente del
interior del país, por tanto, mucho más conservadora.
“El tema de cada
noche es el acoso—cuenta Rita—, quien ostenta su carné de identidad colgado del
cuello por una cinta, como si fuera una tarjeta de acreditación—“es que así
evito la constante pedidera de identificación por parte de los policías. Total,
hasta algunos solicitan nuestros «servicios»”—asevera el joven.
Sin publicidad
oficial, queda el recuerdo de un guardián del orden agredido letalmente con una
tijera en las cercanías del Parque de la Fraternidad, el mismo lugar escogido
por el cineasta Jorge Perugorría para escenificar su filme de igual nombre,
dedicado a los protagonistas de este reportaje.
Semanas atrás el
escándalo alcanzó dimensiones internacionales cuando Youtube publicó el vídeo
de una pareja haciendo sexo en el boulevard de San Rafael, que comienza justo
frente al Parque Central. Entonces, a pleno día, no había policías mientras se
juntaron decenas de personas con sus móviles alrededor de los improvisados
actores.
Por Mario Hechavarria Driggs
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