miércoles, 28 de junio de 2017

Cuba no necesita una ley de prensa, necesita libertad de expresión.


El clamor por una ley de prensa que, supuestamente, resolvería la crisis manifiesta y creciente del periodismo cubano, va filtrándose a cada rato en artículos de diversos “comunicólogos”. La palabra viene de Graciela Pogolotti, quien escribió al respecto el pasado 14 de marzo, Día de la Prensa cubana, en la columna dominical que asume desde Juventud Rebelde.
No olvidar que la octogenaria doctora, miembro de la academia de la lengua en Cuba, tiene el favor de ver reproducidas sus palabras por Granma a la mañana siguiente.
De acuerdo a sus ideas, la legislación “establecerá, con regulaciones de obligatorio cumplimiento, el compromiso institucional de ofrecer a los periodistas información rápida y pertinente”.
Del lado opuesto, Fernando Rasverg, furiosamente atacado por dirigentes y autoridades vinculadas al oficialismo mediático, también ha considerado la posibilidad de una Ley de Prensa que resuelva las dificultades de los informadores cubanos en su necesaria relación con las instituciones del estado.
Mientras tanto, crece una lista paralela de reporteros expulsados de medios oficiales al proclamar verdades molestas al totalitarismo vigente, les acompañan colegas amenazados por la Seguridad del Estado cuando se hizo evidente que colaboraban con publicaciones digitales en Internet, colmando el recipiente represivo decenas de comunicadores independientes, detenidos, maltratados y hasta confiscados sus medios de trabajo.
Cuando de leyes en nuestro país se trata, es curioso el olvido de la propaganda oficial respecto al artículo 5to de la constitución vigente de 1976:
El Partido Comunista de Cubamartiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad comunista.”
Sencillamente y así se cumple, cualquier legislación, especialmente aquellas de especial connotación política—caso que nos ocupa—, está sujeta a las directrices del PCC, cuyos líderes determinarán la interpretación y alcance real de toda la parrafada que se esmeren en escribir los expertos a cargo de formular la Ley de Prensa, finalmente votada por un parlamento unipartidista que solamente levantará, unánime, la mano.
De ocuparse la élite gobernante en esta inútil tarea, tal vez un entretenimiento más para los aún creyentes en el futuro promisorio que ofrece el actual desgobierno totalitario, la nueva ley acaso servirá como refuerzo "legal" a la mordaza que hoy aplican a quiénes se atreven a decir al mundo la verdad de Cuba.
Si alguien desea más para convencerse, basta recordar que a la conductora de un programa catalogado estelar en la TV nacional, Thalía González, le prohibieron expresamente filmar los interiores de una Tienda Recaudadora de Divisas en La Habana, cuando pretendía dar a conocer los precios colocados en cartelera, algunos de ellos probablemente adulterados por el personal del lugar. El pretexto fue “respetar la privacidad de los clientes”.
La experiencia anterior demuestra que, considerando las aspiraciones de la Dra. Pogolotti, el Departamento Ideológico del Partido Comunista de Cuba se encargará de precisar la velocidad atribuible al adjetivo rápido, qué debe considerarse pertinente y hasta donde alcanzará el obligatorio cumplimiento.
Mucho mejor que la fábula de Graziella Pogolotti o las buenas intenciones de Fernando Rasverg, clasifica Pepito, el auténtico niño cubano de los cuentos, cuando improvisó unos versos a su maestra, empeñada en valorar las cualidades literarias de sus fiñes. El chamaco va más allá de una alusión directa a cualquier persona citada en este comentario:
¿Qué le pasa a la mariposa que no se posa en la flor de la calabaza? ¿Es tonta la mariposa, o que c…! le pasa?

Por Mario Hechavarria Driggs






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