El
encapuchado no deja de presentarse en los más disímiles retazos de
paredes a punto del derrumbe, al menos aprovechadas por estos
pintores tan incógnitos como la mayoría de los mensajes que han
dejado a un público lejos de cualquier reflexión coherente de una
dramática vida social con mucho de paradoja o contra sentido.
El
cuadro de la esquina de Subirana y la avenida Carlos III es el más
logrado de los varios protagonizados por este hombre con su cara
oculta en tanto trasmite mensajes problemáticos para quiénes,
mayoría, prefieren escapar de su cotidianeidad.
Se
trata de un mural de 3 (ancho) por 2 (alto) metros, como otros,
aprovechando paredes antiguas de la ciudad, muchas a la intemperie
porque es lo que resta de una mampostería desplomada durante décadas
de total abandono. El encapuchado muestra en su pecho esa libreta de
abastecimientos, condena eterna de una economía lejos de cualquier
futuro posible.
Le
acompañan números igualmente imposibles: 2+2=5, una clave para
recordarnos que en este país excepción del mundo, la sencilla
aritmética escolar, lenguaje universal, es también un fuera de
lugar porque “la cuenta no da”, como dicen los cubanos.
Sin
embargo, reflexionar en Cuba es peligroso, por tanto, el siniestro de
la capucha ha de ocultar su rostro, precavido ante el probable acto
represivo.
Otros
dibujos se combinan en áreas mayores, conformando auténticos
murales, de ellos los hay con unos diez metros de largo, mezclando
diversos estilos pictóricos. Es interesante el uso de las
caprichosas sinuosidades de la construcción por parte de los
artistas, dicho en plural porque a pesar de la parquedad de muchas
personas que cohabitan con esta plástica enigmática, se infiere la
acción de varios dibujantes.
En
la calzada de Infanta el atrevimiento llegó hasta la sacrosanta
figura del Che Guevara, un Ernesto más diablo que santo, “calentado”
con el agua, elixir de la vida, fluyente desde un ingenioso
calentador, posible tanto en el pasado, el presente o el imprevisible
futuro.
Hay
obras muy elaboradas, se ha logrado identificar a la autora luego de
una paciente observación de tantos mensajes hechos enigmas con la
evidente deliberación de sus autores. Parte de esta decisión
pudiera ser en defensa propia, parte una forma de evitar la censura y
parte también el hecho de que nadie tiene aquí soluciones a tanto
enredo armado durante seis décadas revolucionarias.
La
gente pasa sin detenerse a mirar, van tan ensimismados por el diario
luchar el alimento que un arte tan agresivo no hace mella en sus
ojos. Curioso resultó ver a un señor que viró el rostro cuando el
cronista apuntó su cámara hacia un mural que es una tapia en la
pared exterior de su humilde morada.
No
sería por evitarse complicaciones con las autoridades porque dada la
compleja elaboración de los dibujos, es evidente que fueron hechos
con conocimiento de causa, a plena luz del día y como no dicen por
las claras abajo Fidel o abajo Raúl, pues no urge borrarlo con capas
improvisadas de lechada, práctica común en otros muchos grafitis
conocidos.
La
respuesta es sencilla: los
ojos no ven cuando la mente está ausente.
Sin embargo se probado la opción contraria, aquellas personas que
por alguna casualidad se detuvieron a mirar uno de tantos cuadros,
desde entonces no han dejado de mirar sin importarles las ratas,
menos aún estas paredes que inevitablemente habrán de caernos
encima.
Por Mario Hechavarria Driggs
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