martes, 27 de febrero de 2018

Dibujos como ratas en paredes, inundan la capital.


El encapuchado no deja de presentarse en los más disímiles retazos de paredes a punto del derrumbe, al menos aprovechadas por estos pintores tan incógnitos como la mayoría de los mensajes que han dejado a un público lejos de cualquier reflexión coherente de una dramática vida social con mucho de paradoja o contra sentido.
El cuadro de la esquina de Subirana y la avenida Carlos III es el más logrado de los varios protagonizados por este hombre con su cara oculta en tanto trasmite mensajes problemáticos para quiénes, mayoría, prefieren escapar de su cotidianeidad.
Se trata de un mural de 3 (ancho) por 2 (alto) metros, como otros, aprovechando paredes antiguas de la ciudad, muchas a la intemperie porque es lo que resta de una mampostería desplomada durante décadas de total abandono. El encapuchado muestra en su pecho esa libreta de abastecimientos, condena eterna de una economía lejos de cualquier futuro posible.
Le acompañan números igualmente imposibles: 2+2=5, una clave para recordarnos que en este país excepción del mundo, la sencilla aritmética escolar, lenguaje universal, es también un fuera de lugar porque “la cuenta no da”, como dicen los cubanos.
Sin embargo, reflexionar en Cuba es peligroso, por tanto, el siniestro de la capucha ha de ocultar su rostro, precavido ante el probable acto represivo.
Otros dibujos se combinan en áreas mayores, conformando auténticos murales, de ellos los hay con unos diez metros de largo, mezclando diversos estilos pictóricos. Es interesante el uso de las caprichosas sinuosidades de la construcción por parte de los artistas, dicho en plural porque a pesar de la parquedad de muchas personas que cohabitan con esta plástica enigmática, se infiere la acción de varios dibujantes.
En la calzada de Infanta el atrevimiento llegó hasta la sacrosanta figura del Che Guevara, un Ernesto más diablo que santo, “calentado” con el agua, elixir de la vida, fluyente desde un ingenioso calentador, posible tanto en el pasado, el presente o el imprevisible futuro.
Hay obras muy elaboradas, se ha logrado identificar a la autora luego de una paciente observación de tantos mensajes hechos enigmas con la evidente deliberación de sus autores. Parte de esta decisión pudiera ser en defensa propia, parte una forma de evitar la censura y parte también el hecho de que nadie tiene aquí soluciones a tanto enredo armado durante seis décadas revolucionarias.
La gente pasa sin detenerse a mirar, van tan ensimismados por el diario luchar el alimento que un arte tan agresivo no hace mella en sus ojos. Curioso resultó ver a un señor que viró el rostro cuando el cronista apuntó su cámara hacia un mural que es una tapia en la pared exterior de su humilde morada.
No sería por evitarse complicaciones con las autoridades porque dada la compleja elaboración de los dibujos, es evidente que fueron hechos con conocimiento de causa, a plena luz del día y como no dicen por las claras abajo Fidel o abajo Raúl, pues no urge borrarlo con capas improvisadas de lechada, práctica común en otros muchos grafitis conocidos.
La respuesta es sencilla: los ojos no ven cuando la mente está ausente. Sin embargo se probado la opción contraria, aquellas personas que por alguna casualidad se detuvieron a mirar uno de tantos cuadros, desde entonces no han dejado de mirar sin importarles las ratas, menos aún estas paredes que inevitablemente habrán de caernos encima.

Por  Mario Hechavarria Driggs

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