La Habana fue finalmente seleccionada una de las
siete ciudades “maravilla”, de acuerdo a una evidente operación de marketing
turístico, organizada en la variante de encuesta web por la fundación suiza
New7Wonders.
Mientras Granma, órgano
oficial del Partido Comunista de Cuba, daba a conocer las 7 nuevas maravillas,
todas correspondientes al Tercer Mundo, un ciudadano se arrastraba por las
sucias calles de la capital cubana con una imagen del milagroso San Lázaro,
halando con su maltrecha figura, una pesada piedra.
Este hombre llamado Juan Carlos
Marín espera el milagro de una vivienda, su pequeño apartamento desapareció
dentro de un derrumbe meses atrás, uno de los cientos de edificios venidos
abajo durante los últimos años en una ciudad que pronto cumplirá cinco siglos.
Otros pagadores de
promesas piden por la salud de algún familiar, por un puesto de trabajo donde
se puedan ganar pesos convertibles equivalentes a dólares americanos y los hay,
que quieren la solución completa de sus problemas, cruzar los mares que rodean
a la Isla, alejándose de unas maravillas solamente reservadas a los turistas y
dirigentes comunistas.
Estos peregrinos
terminarán su esforzado andar en el Santuario Nacional de San Lázaro, ubicado
en El Rincón, un pequeño pueblo distante 17 kilómetros de La Habana.
Casualidad y símbolo a la
vez, cada diecisiete de diciembre los cubanos celebran el onomástico del hombre
a quien Jesús sacó de entre los muertos.
Los resignados mendicantes se visten de harapos, representando a la criolla, al
Lázaro mendigo del Evangelio de Lucas. Siempre llevarán un recipiente donde
otros tan creyentes como ellos depositarán unas monedas.
En Cuba los dos Lázaros bíblicos
suelen confundirse, mezclados en un peculiar sincretismo religioso que se
remonta hasta el África de los Yorubas, donde nació Babalú Ayé, milagroso y
vengativo Orisha, cuya veneración emula con Santa Bárbara-Changó- o la Patrona
del país, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Oshún para los santeros.
En las iglesias, al caer
la tarde, los curas retiran de los altares numerosas figuras, casi siempre de
madera, depositadas antes por los creyentes. El cristianismo se opone
formalmente a la adoración de imágenes, pero los cubanos no pueden sustraerse a
la invocación de un milagro, depositando junto al santo preferido una casita,
un avioncito y hasta el botecito simulando otro mayor, donde, arriesgando sus
vidas, intentarán alcanzar las costas de la Florida.
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente
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