El
8 de enero de 1959 entró triunfal en La Habana Fidel Castro Ruz, Comandante en Jefe de un
ejército multicolor. Había derrotado a
otra tropa igualmente mestiza liderada por el general Fulgencio Batista “el
indio de Banes”, según el decir de la época.
Hablando
de coloraciones de la piel, racismo a las claras, es bueno hacer historia, porque
desde hace algún tiempo aparecen algunos exportando un racismo al estilo
Alabama 1955, ajeno a nuestra realidad.
Dentro
de sus contradicciones, la naciente república marcó pautas, en 1909 tuvimos dos senadores electos de piel
negra, ambos por el Partido Liberal: Martín Morúa Delgado y Nicolás Guillén
Urra, padre del poeta comunista homónimo. Nada parecido era imaginable entonces
entre nuestros protectores del Norte.
Fue
particularmente polémica la Enmienda Morúa, presentada al congreso de la
república en 1910 por el también notable periodista cubano:
“No se considerará en ningún caso como
partido político o grupo independiente, ninguna agrupación constituida por
individuos de una sola raza o color, ni por individuos de una clase con motivo
del nacimiento, la riqueza o el título profesional.”
Terminada la segunda intervención
norteamericana, el nuevo ejército profesional se ensañó con los Independientes
de Color, partido ilegalizado por el referido texto constitucional.
El Ministro de Gobernación, Gerardo Machado,
dirigió la represión. En 1933 un amplio
movimiento popular liquidó al entonces presidente, entre los rebeldes estaba
Fulgencio Batista, devenido en General y Presidente, sería el político más
influyente del país durante el próximo cuarto de siglo.
Las nuevas fuerzas armadas y demás cuerpos
represivos fueron abandonando el marcado racismo de sus orígenes. El triunfo de
Fidel Castro amplió aún más la tendencia anterior, dadas sus bases sociales y
necesidades de sobrevivencia al eliminar de un tajo a los propietarios
capitalistas cubanos y extranjeros, casi totalmente blancos.
¿Racismo?, por supuesto, no falta porque
la herencia esclavista perdura. Si se trata de instituciones, es difícil
identificarlo, no hay leyes, códigos o reglamentos sustentando tales prácticas,
aunque, por ejemplo, con razón se alude al Ballet Nacional de Cuba,
especialmente a su directora, Alicia
Alonso, acusada de manifestaciones y actitudes discriminatorias derivadas del
color de la piel.
En cuanto a las estadísticas, sugieren
pero nada prueban, los números suelen ser usados por oportunistas de cualquier
bando.
¿Escasos generales negros al cabo de
tantos años?
¿Ningún cubano de piel oscura en la lista
del ajedrez?
¿No hay blancos boxeadores?
¿La mayoría de los peloteros son negros o
mestizos?
¿Esteban Lazo campea como única excepción
en la alta jerarquía?
Escoja cada cual sus posibles respuestas,
pero no tendrá premisas vinculantes, probatorias, de prácticas racistas.
Agrego un dato excepcional de la
antropología basado en la biología molecular: humanos y chimpancés compartimos
entre el 98,8 y el 99,4 % de genes
comunes. ¡Adelante los teóricos de las estadísticas!
Ahora bien, si se trata de la
discriminación política, derivada del partido único y el liderazgo del
“infalible Comandante”, entonces sobran los testimonios de un ejercicio
discriminatorio continuado de tales prácticas.
El pueblo cubano arrastra hoy las
consecuencias del empecinamiento castrista, luego de perder la apuesta política
de aliarse a los rusos en su aventura antinorteamericana.
Como siempre sucede durante las crisis
prolongadas, los sectores más vulnerables cargan el peso de la situación: otra
vez negros, mestizos e inmigrantes internos viven lo peor de un período que
nada tiene de especial, a no ser la depauperación interminable de la nación.
Nuestra idiosincrasia anda lejos de la
cultura anglosajona, ni con Batista ni con Fidel es imaginable una protesta
como la de Rosa Parks en Alabama.
La religiosidad nacional, determinada por
el sincretismo cristiano-africano, no excluye coloración alguna. Lo mismo
sucede con la relación entre parejas, donde un creciente mestizaje es
imparable.
Buscar racismo institucional, exportar una
imagen ajena a nuestra realidad, entraña el peligro de desviarnos de los
acuciantes problemas que enfrenta actualmente el conjunto de opositores al
régimen imperante.
Aquí la segregación se llama internet
bloqueado, huelgas de hambre de los presos de conciencia, las Damas de Blanco
impedidas de manifestarse normalmente por las calles. Valientes hombres y
mujeres de todos los colores, cobardes represores de todos los colores.
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente.
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