Rolando “el ingeniero”
lleva más de veinte años vendiendo libros de los aquí llamados de uso y raros:
“Cada día hay menos venta, es más difícil obtener libros, la gente nos acusa de
comprar barato y vender caro porque los clientes son mayormente turistas, pero
hay que jugársela en la Plaza de Armas para saber la verdad.”
El mercado principal
abarca unos 100 metros cuadrados frente al antiguo Palacio de los Capitanes
Generales, hoy museo de la ciudad, allí se juntan cada día decenas de libreros
con sus estantes portátiles, ofreciendo valiosas colecciones impresas al
transeúnte, predominan los extranjeros, cualquier cubano desearía lo mismo pero
la inhibición ante los libros es total:
“A quien se le ocurre
pagar diez dólares por un libro de historia de Cuba, mi hijo que se quede con
el de la escuela porque los “fulas” son para comprar la comida e ir ahorrándole
los próximo zapatos.”
Tal respuesta no es casual,
lo dice un señor que en la conversación demuestra amplios conocimientos y se
quedó con las ganas de comprar La Historia de Cuba de Emeterio Santovenia, un
texto rarísimo donde aparecen protagonistas de nuestro pasado sistemáticamente
borrados por la historiografía comunista posterior.
Nuestro “ingeniero” vuelve
a la carga con detalles del ocaso indetenible de lo que antes fue un próspero
negocio:
“Aquí tengo días de pedir
prestado para el almuerzo, hasta el agua fría tengo que pagarla. No puedes
moverte, nunca se sabe quien vendrá a comprar y ese es el momento mágico. Si
vendes un libro en diez, tal vez algo más, entonces haces lo de hoy y lo de
mañana.”
El mercado de libros de
uso y raros, incluye otros impresos como postales antiguas, fotografías y hasta
numismática, surgió en la década del 90, cuando la crisis general desató el
llamado Período Especial. Las editoriales nacionales redujeron sus tiradas, de
paso aparecieron los turistas y muchos cubanos comenzaron a quitarle el polvo a
todo lo que tenían almacenado en casa.
La conversación se anima
con otro colega de una estantería aledaña, quien aporta otras experiencias:
“Es difícil encontrar algo
nuevo, al paso de veinte años lo almacenado va acabándose. Al comprar asumes todos los riesgos, el libro
no es una prioridad, puede estar exhibiéndose un mes sin venderse, se necesita
tener mucha oferta para que al final escojan tal vez un ejemplar entre muchos.”
Una pregunta asalta al
periodista: ¿Cuántos permanecen, cuántos se han ido?
Rolando titubea, mira a su
alrededor, cuenta con los dedos y al final responde:
“Al menos la mitad de los
que empezamos allá por los noventa, no están ahora. Necesitas una suerte de
suministradores, de buscar por aquí y por allá, también la magia de vender. Sin
olvidar cumplir con los impuestos, el área de venta, un diez por ciento de los
ingresos, la seguridad social y ya lo dije, los gastos diarios.”
Una rápida ojeada indica a
las claras las posibles ventas: imagen Cuba, sobre todo el pasado que
desapareció, de igual forma el folklore, la santería en primer lugar y
celebridades, tampoco faltan las figuras emblemáticas de un pasado cuyo
cuestionamiento es cada vez mayor: Los Castro, Che Guevara. Por cierto, una vez
en confianza pueden aparecer textos prohibidos, impresos cuya sola muestra le
acarrearía al vendedor la pérdida de su espacio en la plaza.
Otros muchos sitios de la
ciudad ofrecen libros viejos, en la feria artesanal de la antigua súper tienda
Fin de Siglo, el “Gordo Ismael” decidió cerrar la venta de libros: “Los libros
no me dejan ni para comer, ahora vendo cine clásico, soy el único en La Habana
con una colección de toda la filmografía premiada por Hollywood. Ahora hasta
las bibliotecas digitales hacen la competencia.”
Un señor de la calle Reina
esquina a Manrique, viejo vendedor, apunta la sentencia final: “Los Orishas me
salvan, casi todas mis ventas tienen que ver con la santería, lo demás se
parece al petróleo, un combustible fósil en fase de extinción.”
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente.
Buenos días.¿Por casualidad alguien sabe si los libros de Baldor todavía se pueden encontrar?
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