El escandaloso engaño al cual
someten hoy en día a los médicos cubanos en Brasil, expresa a las claras la
dura realidad de un sindicalismo sometido a los designios del binomio
Partido-Estado, caracterizando el panorama laboral cubano, previo al XX
Congreso de la Central
de Trabajadores de Cuba (CTC), a iniciarse este jueves.
Una ojeada a los últimos
artículos del periódico “Trabajadores”, calificado como órgano oficial de la CTC , reconoce que el tema
salarial fue el asunto más mencionado por los obreros en las asambleas que
desde hace meses debaten un nuevo código del trabajo. La tónica del semanario
es justificar la imposibilidad de un aumento general en los sueldos,
condicionados al incremento de la producción y la productividad.
No hay ingresos para dar más, nos dicen, sin embargo, los dos
primeros médicos desertores del nuevo programa de salud impulsado en Brasil,
donde participan más de 7000 profesionales cubanos, indican con sus
declaraciones una realidad bien diferente: El gobierno de Dilma Roussef paga al
Ministerio de Salud Pública cubano unos 4200 dólares mensuales por galeno, en
tanto estos reciben directamente sólo 400 durante su estancia en tierras
sudamericanas. Otros 600 se les depositan en Cuba a la espera de su regreso, en
tanto el resto, pasa de ¡tres mil!, se lo embolsilla el estado.
Los llamados “desertores”, al
conocer la verdad de parte de colegas provenientes de otros países, igualmente
involucrados en el proyecto, declararon sentirse engañados.
Seguramente los dirigentes
estatales en La Habana argumentarán que tal dinero servirá para
financiar un modesto aumento salarial en el sector, además de distribuirse en
otros planes sociales. Nadie puede saber cuánto de verdad hay en tales
presupuestos porque los laborantes de la salud, agrupados en su respectivo
sindicato o en las asociaciones de profesionales, no tienen capacidad de
reclamar su justo lugar a la hora de negociar los contratos correspondientes.
Antes de partir hacia Brasil, los
médicos firman, si no están de acuerdo, otros esperan la oportunidad de irse al exterior, aunque
sea por esos mínimos 400 dólares.
Otro marcado ejemplo del
autoritarismo estatal en materia del trabajo lo encontramos en la extensión del
sistema cooperativista a nuevas áreas de gestión económica, tales son los casos
del transporte y la gastronomía, aunque pueden citarse algunos más.
De buenas a primeras llegan las
autoridades administrativas representativas de las empresas involucradas, les
acompañan supuestos líderes sindicales y dirigentes partidistas; frente a la
mesa directiva la asamblea escucha los dictámenes, cuya única opción es aceptar
las directivas y pasar a constituirse en cooperativas. Votan como zombies y, ya
sabemos, La suerte está echada,
diríamos recordando al paradigma de los dictadores.
Los comentarios dicen que a
ciertas cooperativas les va más o menos bien, a otras mal pero en tal caso nada
se comenta. Saber la verdad es harto difícil, se necesita el sinceramiento de
los involucrados, algo casi imposible de hacerse público.
El problema es que los cubanos,
ante un despotismo que no hallan como quitarse de encima, han optado por la
simulación y el engaño, generador de la corrupción masiva, extendida horizontal
y verticalmente en toda la sociedad y sus estructuras económicas.
El tema va directamente al asunto
primordial del momento: los ingresos de los trabajadores.
La opinión del semanario
supuestamente representativo del sindicalismo nacional, es un eco de otras
declaraciones partidistas, que hacen hincapié en lo que se ha convertido en un
auténtico círculo vicioso: Si no hay productividad, si no se esfuerzan más, no
tendrán mejoras salariales, pero, he aquí el dilema, la gente no quiere
esforzarse porque la paga no cubre sus necesidades básicas de sustento; queda un
camino: robar.
Asistimos a una pléyade de
variantes para sustraer parte de los recursos o ingresos monetarios controlados
por el estado autoritario. En la gastronomía siempre te servirán menos de la
norma; en las fábricas se llevarán parte de las materias primas; en otros
comercios alterarán los precios, y así sucesivamente, convirtiendo los
servicios en un auténtico caos, generando permanente insatisfacción dentro de
la clientela, igual al pueblo.
Tal es el panorama antes de un
congreso sindical que sólo servirá para vestir de traje a sus miles de
delegados, invitándoles a comer bien durante varias sesiones de trabajo y eso
sí, a cambio, aplaudir con entusiasmo a sus infalibles dirigentes.
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