miércoles, 19 de febrero de 2014

El Congreso de los Trabajadores de Cuba

El escandaloso engaño al cual someten hoy en día a los médicos cubanos en Brasil, expresa a las claras la dura realidad de un sindicalismo sometido a los designios del binomio Partido-Estado, caracterizando el panorama laboral cubano, previo al XX Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), a iniciarse este jueves.

Una ojeada a los últimos artículos del periódico “Trabajadores”, calificado como órgano oficial de la CTC, reconoce que el tema salarial fue el asunto más mencionado por los obreros en las asambleas que desde hace meses debaten un nuevo código del trabajo. La tónica del semanario es justificar la imposibilidad de un aumento general en los sueldos, condicionados al incremento de la producción y la productividad.

No hay ingresos para dar más, nos dicen, sin embargo, los dos primeros médicos desertores del nuevo programa de salud impulsado en Brasil, donde participan más de 7000 profesionales cubanos, indican con sus declaraciones una realidad bien diferente: El gobierno de Dilma Roussef paga al Ministerio de Salud Pública cubano unos 4200 dólares mensuales por galeno, en tanto estos reciben directamente sólo 400 durante su estancia en tierras sudamericanas. Otros 600 se les depositan en Cuba a la espera de su regreso, en tanto el resto, pasa de ¡tres mil!, se lo embolsilla el estado.

Los llamados “desertores”, al conocer la verdad de parte de colegas provenientes de otros países, igualmente involucrados en el proyecto, declararon sentirse engañados.

Seguramente los dirigentes estatales en La Habana  argumentarán que tal dinero servirá para financiar un modesto aumento salarial en el sector, además de distribuirse en otros planes sociales. Nadie puede saber cuánto de verdad hay en tales presupuestos porque los laborantes de la salud, agrupados en su respectivo sindicato o en las asociaciones de profesionales, no tienen capacidad de reclamar su justo lugar a la hora de negociar los contratos correspondientes.

Antes de partir hacia Brasil, los médicos firman, si no están de acuerdo, otros esperan  la oportunidad de irse al exterior, aunque sea por esos mínimos 400 dólares.

Otro marcado ejemplo del autoritarismo estatal en materia del trabajo lo encontramos en la extensión del sistema cooperativista a nuevas áreas de gestión económica, tales son los casos del transporte y la gastronomía, aunque pueden citarse algunos más.

De buenas a primeras llegan las autoridades administrativas representativas de las empresas involucradas, les acompañan supuestos líderes sindicales y dirigentes partidistas; frente a la mesa directiva la asamblea escucha los dictámenes, cuya única opción es aceptar las directivas y pasar a constituirse en cooperativas. Votan como zombies y, ya sabemos, La suerte está echada, diríamos recordando al paradigma de los dictadores.
Los comentarios dicen que a ciertas cooperativas les va más o menos bien, a otras mal pero en tal caso nada se comenta. Saber la verdad es harto difícil, se necesita el sinceramiento de los involucrados, algo casi imposible de hacerse público.

El problema es que los cubanos, ante un despotismo que no hallan como quitarse de encima, han optado por la simulación y el engaño, generador de la corrupción masiva, extendida horizontal y verticalmente en toda la sociedad y sus estructuras económicas.

El tema va directamente al asunto primordial del momento: los ingresos de los trabajadores.

La opinión del semanario supuestamente representativo del sindicalismo nacional, es un eco de otras declaraciones partidistas, que hacen hincapié en lo que se ha convertido en un auténtico círculo vicioso: Si no hay productividad, si no se esfuerzan más, no tendrán mejoras salariales, pero, he aquí el dilema, la gente no quiere esforzarse porque la paga no cubre sus necesidades básicas de sustento; queda un camino: robar.

Asistimos a una pléyade de variantes para sustraer parte de los recursos o ingresos monetarios controlados por el estado autoritario. En la gastronomía siempre te servirán menos de la norma; en las fábricas se llevarán parte de las materias primas; en otros comercios alterarán los precios, y así sucesivamente, convirtiendo los servicios en un auténtico caos, generando permanente insatisfacción dentro de la clientela, igual al pueblo.

Tal es el panorama antes de un congreso sindical que sólo servirá para vestir de traje a sus miles de delegados, invitándoles a comer bien durante varias sesiones de trabajo y eso sí, a cambio, aplaudir con entusiasmo a sus infalibles dirigentes.

 Por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente.





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