Cuba
dice, es el título de una serie de reportajes televisivos
de actualidad, presentados desde hace algún tiempo con el protagonismo de la
periodista Talía González. No pudieron los realizadores sustraerse a la muy
bien llamada noticia del año, el escándalo de fraude académico correspondiente
a las pruebas estatales de ingreso a la educación superior.
El reportaje ofrece
diversas opiniones condenatorias de los bochornosos sucesos, aportadas por
alumnos cuyos exámenes debieron repetirse debido a lo que bien pueden llamarse
las últimas “filtraciones rápidas” en Cuba. También reproduce los criterios de
varios cubanos tomados al azar, por supuesto, condenando enérgicamente los hechos, tal como debió ser la señal
dada a los reporteros nacionales a la hora de abordar tan peliagudo asunto.
Una vez más Cuba dice peca por omisión, o sea, por
lo que NO DICE.
Resulta inadmisible
hacernos perder el tiempo con tantas opiniones condenando el lamentable fraude
académico, otra respuesta sería imposible de exigirle a cualquier persona
dispuesta a declarar públicamente al respecto. Ni siquiera ofreció este Cuba
“dice” declaraciones de las autoridades del Ministerio de Educación en torno a
un acontecimiento de su entera responsabilidad.
Al parecer estamos ante
un auténtico misterio digno de los más célebres detectives del mundo. La prensa
quedará al margen, maniatada por el secretismo, esperando la nota oficial del
Ministerio del Interior, cuando los involucrados en la divulgación anticipada
de los cuestionarios y su comercialización sean capturados, esperando la
sanción legal correspondiente. Caerá sobre estos delincuentes la condición de
auténticos culpables.
Sin embargo, en la
calle corría de boca en boca entre los estudiantes una cifra conocida como
CIEN, significa el precio de 100 Pesos Convertibles (CUC), iguales a 100 USD,
por cada uno de los cuestionarios “filtrados”. Una frase a voz callada se
repetía: la matrícula universitaria
cuesta 300 CUC.
La centralización de
estos exámenes estatales, el misterio que los envuelve, así como la forma
enrevesada de su posterior calificación, apuntan directamente hacia la
intención de las autoridades del sistema educacional, empeñadas en evitar lo
que penosamente sucedió. Es evidente la falta de confianza en los educadores
cubanos, aunque el discurso oficial diga lo contrario.
Esta triste realidad se
sustenta en una crisis de valores inmersa en la sociedad, cuya reversión sólo
será posible cuando estemos dispuestos, la prensa en primer lugar, a desnudar
esa realidad, enfrentando las consecuencias de un debate agrio, pero necesario,
como el vino proclamado por el Maestro Martí.
Leí el excelente
artículo de mi colega Erasmo, cuyas opiniones sobre cómo evitar el extendido
fraude académico, comparto casi totalmente. Sólo deseo agregar esta sugerencia:
Desde mis años de
estudiante universitario, combinados con los de profesor desde el nivel medio
hasta el superior, aseguro que un tribunal formado por tres educadores
competentes, está ampliamente capacitado para determinar si un estudiante tiene
los requisitos básicos de ingreso a la educación superior.
Reconozco la necesidad
de garantizar la imparcialidad de este jurado académico, evitando su relación
con sus alumnos habituales, además de cualquier otro vínculo tendiente a la
falta de transparencia de los juicios emitidos. Tal jurado podría escogerse
previo a las pruebas que ahora son noticia, entre los mejores profesionales del
sistema, votados en asambleas con la participación de todo el personal docente
educativo.
Adicionar preguntas escritas debe ser una
facultad del tribunal evaluador si así lo considera necesario o preverlo como
parte del proceso propuesto. Siempre tendrá el tribunal académico las facultades máximas luego de ser elegido.
Hay que devolverle la confianza a quiénes enseñan con honor en las aulas
cubanas.
Lo contrario es la
actual crisis de extendida desconfianza, resultado de la corrupción frecuente
en cuanto a las calificaciones adquiridas mediante soborno, asunto comentado
por la siempre acertada Vox populi.
Padres, alumnos y maestros, en buena medida, andan sumergidos en una cloaca
cuya limpieza exige medidas extremas desde la base, no el secretismo y la
centralización como soluciones, finalmente destinadas a tapar el excremento,
impedir la extensión del mal olor, pero incapaces de higienizar el ambiente.
Mientras tanto
esperamos porque los periodistas estatales cumplan al menos lo proclamado en el
último congreso de su organización, la UPEC, supuesto reflejo de las
orientaciones del Partido Comunista de Cuba. Bastaría con plasmar en los medios
de comunicación tales preceptos para poder decir esta vez Cuba DICE.
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente.
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