La
Manzana de Gómez es un enorme edificio ubicado en La Habana Vieja, cuyas aceras
interiores son auténticas calles sin tránsito vehicular, el mismo estaba a
punto de causar otro estruendoso
derrumbe, cuando decidieron convertirlo en el Gran Hotel “Manzana”, bajo la
firma de una compañía suiza.
La
auténtica Manzana de los Gómez Mena data de 1917, parte del enorme patrimonio
de esta acaudalada familia habanera de origen castellano español, dueña de
varios centrales azucareros, entre ellos el antiguo Mercedita, rebautizado por
la Revolución Gregorio Arleé Mañalich, emblemática agro industria de la fértil
llanura roja habanera, cercana a Güines.
En
su tiempo fue el centro comercial más importante de la capital cubana, sede de
numerosas legaciones diplomáticas, academias dedicadas a promover el desarrollo
económico, incluyendo el Instituto Iberoamericano de Cultura, presidido por el
sabio Don Fernando Ortiz. Los Gómez Mena fueron llamados erróneamente
“gallegos”, dada la costumbre criolla de aplicar este gentilicio a todos los
peninsulares ibéricos, lo importante es que son recordados como exitosos
negociantes, a la par mecenas de las artes y los deportes en nuestro país.
La
promesa de un socialismo capaz de distribuir mejor la riqueza, además de
aumentarla continuamente, fue el argumento para nacionalizar las propiedades de
esta y otras muchas familias opulentas, terminando la famosa “manzana” en sede de
varios centros educacionales, donde miles de habaneros de todas las edades
concurrían diariamente. El piso bajo permaneció en su original condición de
área para servicios comerciales y gastronómicos.
El
edificio original se componía de unos 560 cubículos, con ocho elevadores
divididos en cuatro secciones porque los arquitectos diseñaron dos auténticas
calles cruzadas en su inmenso interior, dividiendo el inmueble a partir de esta
cruz, alzada hasta cinco plantas. Nada igual fue visto en Cuba antes, compitiendo
con lo mejor de su época en el mundo desarrollado.
Los
años revolucionarios fueron pasando, cobrándole al edificio neoclásico las
deudas de un continuado abandono. Numerosas habitaciones superiores fueron
vaciadas ante el deterioro de sus estructuras, amenazando posibles derrumbes.
Hay testimonios elocuentes de aulas donde las clases eran repentinamente
interrumpidas durante una tormenta de verano porque nunca fueron reparados los
ventanales.
Cuando
finalmente decidieron venderle el edificio a la compañía helvética que pretende
salvarlo, ni siquiera funcionaba uno de los ocho elevadores de antaño. Los
estudiantes fueron finalmente evacuados, me imagino que muy contentos ante la
disyuntiva de continuar subiendo aquellas empinadas escaleras de mármol, con
numerosas losas partidas o definitivamente perdidas, con la obligación de
pensar detenidamente cada paso.
Los
Gómez Mena, emparentados con otras célebres familias de la aristocracia cubana,
como los Fanjul y los Seiglie, terminaron en una mejor suerte fuera de sus
lares, añorando al Club de pelota Almendares, la Academia de Historia de Cuba,
varios museos y sus productivas fábricas de azúcar, especialmente el Mercedita,
antes todo un símbolo nacional, hoy chatarra desaparecida por decisión
gubernamental.
Los
centros educacionales impuestos por la revolución acaban de evaporarse, las
tiendas, heladerías y demás cafeterías igualmente desaparecieron; nada queda
para los habituales habaneros que noche a noche invadían la manzana de Gómez
junto al Parque Central. Ahora puede verse un cierre temporal, determinado por
los peligros propios de la reconstrucción, cuyo final será otro hotel lujoso
donde muy poca cabida tendremos nosotros.
Nada,
primero le quitaron la manzana a los Gómez Mena, ahora acaban de quitársela a
todos los cubanos.
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente.
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