El
pasado 31 de enero fue el último sábado del mes, fecha señalada de feria del
comercio en La Habana. El espacio de la calzada de Zanja, entre Belascoaín y
San Francisco fue cerrado al tránsito, invadido por decenas de carpas y tal vez
diez camiones llegados directamente desde los campos cercanos a la ciudad.
La
agricultura ofreció sus limitadas opciones, aunque un día es un día y
aparecieron libras de tomates a 3 pesos, boniatos a 1 peso por similar cantidad,
plátanos igualmente por debajo de las cifras diarias, inclusive la ganga de
carne de cerdo a 21 pesos la libra de pierna o de lomo.
Preguntando
a los muchos transeúntes convocados por este día de los reyes, al estilo de
aquellas tradicionales festividades de carnaval dadas a nuestros esclavos
durante la colonia, aparecieron encontradas respuestas:
Un
joven mientras hacía la cola para entrar al servicio de correo electrónico
ubicado en la misma calzada: “El engaño
de siempre, te hacen correr una mañana si quieres comprar algo de menor precio,
al día siguiente y hasta el próximo mes volverás a la realidad.”
Una
señora ama de casa después de comprar una mano de plátanos: “Hay que fajarse porque la gente se pone difícil en la cola, figúrate,
todo el mundo quiere aprovechar la oportunidad.”
Un
señor reflexiona mientras sorbe una cerveza enlatada:”Lo mismo con lo mismo, te entretienen con estas ofertas, juntas en un
espacio pequeño, creando la idea de la abundancia. De todas formas al cubano le
gusta el aire libre, mostrarse, invitar a los amigos, en fin, al menos nos
divertimos.”
Se
trata de la gastronomía, que ocupa la mayor parte de los kioscos, aunque en
este caso no hay variaciones de precios respecto a la oferta diaria porque se
trata del monopolio estatal sobre el comercio minorista. Las ventas del sector
son extensiones de numerosos establecimientos de la ciudad, identificados en la
feria con sus respectivos letreros.
El
reportero tomas algunas vistas y luego se va hasta las ubicaciones originales
de tales restaurantes y cafeterías, entonces a una pregunta del porqué está
cerrado “El Italiano”, una pizzería de la calle Infanta, un trabajador allí de
guardia dice:
“Si usted desea comer
pizzas, tomar cervezas y cualquier otra cosa de nuestra unidad, váyase a la
feria de la calle Zanja, allí están todos los restaurantes de La Habana
reunidos.”
Similar
situación se presentó en “Las Avenidas”, otro complejo gastronómico situado en
la esquina de Carlos III e Infanta. La experiencia cotidiana, constatada por el
periodista, indica que es un buen momento al menos para los trabajadores de
este restaurante, generalmente vacío, hoy lleno por la magia de una feria
sabatina en plena calle.
Al
caer la tarde aún es posible comprar frijoles negros o colorados a diez pesos
la libra, ocho menos que el precio vigente en toda la ciudad. Al indagar los
por qué de tan inusual oferta, uno de los tarimeros aclara:
“Bueno,
nosotros vinimos directamente desde Matanzas, es producto de nuestra
cooperativa”. Entonces viene la pregunta: ¿Y
por qué no pueden hacer esto todos los días? “Periodista, precisamente
porque es una vez al mes, el resto es trabajando allá en la cooperativa, donde
necesariamente nos compran los que se encargan de traer los productos hasta La
Habana.”
Se
trata de los vilipendiados “intermediarios”,
acusados por la prensa estatal de provocar el inusitado aumento de los
precios al consumidor, sin embargo, no hay comercio posible sin tales
intermediarios.
El
Estado hasta ahora se muestra impotente ante la dramática realidad del mercado
agroalimentario, la gente sigue pagando íntegramente su salario en la búsqueda
del diario sustento y lo peor del caso es que no alcanzan a resolver sus
necesidades básicas.
Es
opinión generalizada que estas ferias sabatinas de fin de mes se convierten en
una auténtica burla al pueblo, es como concentrar la pobreza para que parezca
abundancia. La señora de los plátanos suspira: “Si al menos se hicieran estas
ferias todos los fines de semana”.
Un
hombre al lado entra en la conversación sin previa solicitud: “Señora,
confórmese con esto, al menos vamos viviendo.”
Cruzando
la calle Belascoaín, similar a si traspasáramos la frontera entre el coto
cerrado de la feria y el resto de la ciudad, nos espera la cruda realidad de
cada día: Los tomates a cinco, el frijol a 18 y la carne de cerdo a 40,
esperando por ese consumidor que al menos una vez al mes como en la feria,
cuenta con dinero disponible para comerse un bistec.
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente
"Ese consumidor que al menos una vez al mes como en la feria, cuenta con dinero disponible para comerse un bistec..." ¿Un bistec de cerdo, no?
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