miércoles, 28 de octubre de 2015

La solidaridad popular burla a un policía en la calle

Una especie de Omerta a la cubana impera, imitando los tres monos sabios: No veo, no oigo, no hablo.

Sucedió en la tarde del  martes  en la populosa  calle  Galiano  del municipio Centro Habana.  Un  policía le pidió los  documentos a un viejo carretillero cargado de aguacates, a su lado quedó, abandonada de súbito, otra carretilla, repleta galletas con sabor a mantequilla.
No hay licencia, tampoco aparece el otro vendedor, la decisión es conducir al hombre hacia la unidad policial de  Dragones, donde le impondrán una multa de 1500 pesos  y  la confiscación de las mercancías. Lo interesante viene entonces, porque andan cerca  otros competidores en el esfuerzo por vender los codiciados paquetes de galletas, panes y dulces  finos. El guardia  está a punto de “hacer la tarde”.
No hay mucho que discutir, pero aquel carretillero llamado Ignacio, se defiende, viene una chica y le hace algunas preguntas al agente, otro expendedor de frutas, seguro porque tiene su licencia, intercede también, de hecho están entreteniendo al joven uniformado, mientras los demás vendedores tratarán de salvarse.
Alguien señala un pasillo largo y oscuro porque estamos de apagón, abren la reja, rápido, silenciosas, van entrando las carretillas, venidas desde ambos lados de la vía pública. Dentro ayudan a esconderlas, en tanto cierran de nuevo la verja.
Policía y  pequeño comerciante desafortunado caminan rumbo a la estación, limpia ahora la calle de vendedores ambulantes. Corrió la voz a tiempo, inclusive para salvar a uno que viene pregonando sin percatarse del peligro, el alertado giró 90 grados bajando por un pasadizo aledaño.
Desde la otra esquina informan que no hay peligro, entonces abren de nuevo las rejas del pasillo, de una en una salen cinco carretillas, felizmente salvadas  esta vez. Los dueños, mayormente jóvenes, buscarán otros barrios donde al menos hoy no esté esperándoles un agente para exigirles los documentos inexistentes.
El hombre de la mala hora regresa, habla sin que le pregunten, dirigiéndose a todos, la gente quiere acompañarle en el infortunio de aquella tarde:
“Nada, una multa, el dueño de la otra carretilla tuvo que ir por ella, si no la pérdida es mayor. Me dieron un chance con la mercancía pero al otro se la quitaron toda. Figúrense, al menos yo puedo justificar los aguacates, pero la licencia no le valdría de mucho con las galletas, si dices de dónde salieron, explotan otros, tienes que enfrentar tu problema y seguir adelante.”

De regreso a casa, el reportero tropieza con los imperturbables chicos, pregonando sus mercancías: “Vamos que se acaban, se acaban las ricas galleticas con mantequilla, ¡a sólo un peso el paquete!”

Por Mario Hechavarria Driggs

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