Una
especie de Omerta a la cubana impera, imitando los tres monos sabios: No veo,
no oigo, no hablo.
Sucedió en la tarde del martes en la populosa
calle Galiano del municipio Centro Habana. Un policía le pidió los documentos a un viejo carretillero cargado de
aguacates, a su lado quedó, abandonada de súbito, otra carretilla, repleta
galletas con sabor a mantequilla.
No hay licencia, tampoco aparece el otro vendedor, la
decisión es conducir al hombre hacia la unidad policial de Dragones, donde le impondrán una multa de 1500
pesos y la confiscación de las mercancías. Lo
interesante viene entonces, porque andan cerca otros competidores en el esfuerzo por vender
los codiciados paquetes de galletas, panes y dulces finos. El guardia está a punto de “hacer la tarde”.
No hay mucho que discutir, pero aquel carretillero llamado
Ignacio, se defiende, viene una chica y le hace algunas preguntas al agente,
otro expendedor de frutas, seguro porque tiene su licencia, intercede también,
de hecho están entreteniendo al joven uniformado, mientras los demás vendedores
tratarán de salvarse.
Alguien señala un pasillo largo y oscuro porque estamos de
apagón, abren la reja, rápido, silenciosas, van entrando las carretillas,
venidas desde ambos lados de la vía pública. Dentro ayudan a esconderlas, en
tanto cierran de nuevo la verja.
Policía y pequeño
comerciante desafortunado caminan rumbo a la estación, limpia ahora la calle de
vendedores ambulantes. Corrió la voz a tiempo, inclusive para salvar a uno que
viene pregonando sin percatarse del peligro, el alertado giró 90 grados bajando
por un pasadizo aledaño.
Desde la otra esquina informan que no hay peligro, entonces
abren de nuevo las rejas del pasillo, de una en una salen cinco carretillas,
felizmente salvadas esta vez. Los
dueños, mayormente jóvenes, buscarán otros barrios donde al menos hoy no esté
esperándoles un agente para exigirles los documentos inexistentes.
El hombre de la mala hora regresa, habla sin que le
pregunten, dirigiéndose a todos, la gente quiere acompañarle en el infortunio
de aquella tarde:
“Nada, una multa, el dueño de la otra carretilla tuvo que ir
por ella, si no la pérdida es mayor. Me dieron un chance con la mercancía pero
al otro se la quitaron toda. Figúrense, al menos yo puedo justificar los
aguacates, pero la licencia no le valdría de mucho con las galletas, si dices
de dónde salieron, explotan otros, tienes que enfrentar tu problema y seguir
adelante.”
De regreso a casa, el reportero tropieza con los
imperturbables chicos, pregonando sus mercancías: “Vamos que se acaban, se acaban las ricas galleticas con mantequilla, ¡a
sólo un peso el paquete!”
Por Mario Hechavarria Driggs
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