miércoles, 15 de febrero de 2017

El último suceso, divulgado internacionalmente, ocurrió este domingo en la tarde cuando ardió Variedades de Rayo, en la calle de igual nombre, entre Zanja y Dragones, conocida en el barrio chino de la Habana como “El Cristal”, una tienda recaudadora de divisas (TRD) cuyos amplios paneles de vidrio desaparecieron en pocos minutos.
 Mayra Cárdenas, cuenta propista que vende ropas cerca del lugar, se lamenta: “Era de ver lavadoras de ropa, nuevecitas, derretidas como mantequilla por las llamas, aquello daba ganas de llorar.”
En efecto, el incendio de grandes proporciones precisó apoyo de equipos de bomberos de otros municipios habaneros. Una vez más se crecieron los muchachos apaga fuegos aún cuando el vecindario exigente, quizás por mimética, siempre dice que estos valientes interventores siempre llegan tarde. Lo cierto es que impidieron, la extensión del incendio a sus alrededores.
Es casi imposible, aún para periodistas oficialmente acreditados, acceder a declaraciones en el lugar por parte de las autoridades competentes, inclusive, la mayor parte de las veces ni siquiera una nota oficial acompaña los hechos. Así y todo, un joven bombero, aprovechando la pausa imprescindible de su accionar, comentó: “No damos abasto, alarmas a todas horas, entre incendios y derrumbes se nos va el tiempo.”
A falta de información oficial, aparecen rumores de mucha certeza, algunos abalados por la voz popular que jamás falla: “la tienda—El Cristal—estaba en auditoría, ¡vaya casualidad la de este incendio!
Posteriormente se conoció de parte de un ex funcionario de Comercio Interior que las necesarias investigaciones determinaron la detención de algunos trabajadores directamente relacionados con el acontecimiento.
No se trata de un caso aislado, la secuencia de incendios es alarmante:
Buscando la cola de la serpiente, el 17 de agosto de 2015 la Plaza Carlos III, tal vez la mayor TRD del país con 4 pisos y 10 mil metros cuadrados de superficie inmueble, resultó evacuada en minutos ante algo insólito tratándose de Cuba, una  Cuba “amenaza de bomba”, que jamás resultó real.
Nunca se ofreció explicación alguna al público pero el comentario apunta a “rio revuelto, ganancia de pescadores.” En buen cubano significa aprovechar la confusión para borrar huellas indeseables y/o sustraer productos del lugar.
El año 2016 resultó pródigo en incendios,  causantes de una destrucción lenta, pero imparable de la “ciudad maravilla”, al decir de ciertas maniobras turísticas mediáticas muy interesadas en explotar a su favor la miseria de un pueblo que es capaz de bailar en medio de sus calamidades.
Jueves tres de mayo: se queman los sótanos de la TRD Yumurí en Reina y Belascoaín. Eran los almacenes de la instalación y su mercado de alimentos, todavía hoy cerrados al público.
Viernes 4 de noviembre: calle Mercaderes, Habana Vieja. Arde un apartamento en el cuarto piso, esta vez los bomberos no pudieron  actuar con la rapidez requerida porque baterías de cañones antiguos, clavados en las calles aledañas, impiden el tránsito vehicular.
Sin información oficial, todo comenzó por un horno micro ondas que hizo corte eléctrico en la vivienda y, debido a las lógicas precauciones de la familia, protegiéndose de posibles ladrones, la habitación era una fortaleza casi inexpugnable. (El precio del aparato equivale en Cuba a la pensión anual media de cualquier jubilado.
Dos semanas después en Figuras, entre Belascoaín y Escobar, otro pensionado duerme la siesta sin apreciar debidamente el peligro del gas licuado que corre por tuberías con décadas de existencia sin el menor mantenimiento por parte de la empresa estatal, encargada del servicio. Vuelven las llamas, una vez más los jóvenes de las mangueras hacen su trabajo con eficiencia. Solamente quedó un largo río de agua que muchos lamentaron porque el suministro del acueducto deja mucho que desear.
Comienza el año y el pasado 30 de enero arde en súbita llamarada la pequeña fábrica y su almacén contiguo, pertenecientes al Fondo Cubano de Bienes Culturales (FBC). Todo sucedió en apenas dos horas. Sin datos por parte de las autoridades, se conoce a fe cierta que todo comenzó al intentar una soldadura en el interior del edificio, sin considerar los riesgos, pura negligencia, junto a una cañería de gas.
No pasaron dos semanas y la ciudad queda de nuevo impactada por las gruesas columnas de humo alzadas hasta el cielo, ahora coincidentes con la búsqueda de números falsos en otra tienda recaudadora de divisas. Tales controles sacan de quicio a los cubanos implicados porque tratándose de dinero estatal, “aquí el que no corre vuela”.
No es posible aseverar que hemos alcanzado la cabeza venenosa de la serpiente, pero entre negligencias, aletargados y probables desfalcadores, los incendios se suman a los cotidianos derrumbes en el imparable desastre del país.

 por Mario Hechavarria Driggs



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