lunes, 7 de marzo de 2016

Los seis mil kilómetros de Leonel entre Quito y Austin.




 No hay metas grandes para uno cuando lo guía una buena razón y las ansias de libertad.
La Odisea de Leonel Ramos Castillo, replicada miles de veces por sus compatriotas, tiene algo de singular en la historia de la humanidad, Odiseo regresaba a su hogar y por ello fue capaz de enfrentar las más duras pruebas, los cubanos hacen todo lo contrario, huyen de su propia casa. No pretendo una crónica, solamente compartir algunas reflexiones ahora que, a salvo de Texas, Leo está dispuesto a conversar libremente:
¿Estabas preparado para los riesgos de semejante travesía?
De mis dos viajes anteriores al Ecuador, las cosas te la pintan como un paseo de campo, porque muchos ganan dinero por cada inmigrante. Me fui con sólo 1800 dólares, objetivo Panamá, donde trabajaría para obtener el resto rumbo a Estados Unidos. Así lo han hecho muchos cubanos, aunque nunca calculé los riesgos que aparecieron por el camino. Dejé en Cuba a mi mujer y mi hija, lo hice por ellas, porque Cuba cada día está peor y quiero darles un mejor futuro.
Sobran los casos de abusos, chantajes, incluso pagando con la vida misma, ¿tienes algún recuerdo personal?
Son tantos: a una mujer que viajaba con su hija, se la violaron delante de ella subiendo la “Loma de la Miel”, una trocha «obligada», creada por los traficantes para cruzar de Colombia a Panamá cuando eso mismo puede hacerse en directo vía marítima. Yo vi cómo cayó al mar la hija de otra madre, debido a los saltos que daba aquella lancha rápida por la velocidad y el oleaje. No hubo compasión. La desdichada mamá terminó dándose un «sogazo». Sé de 14 inmigrantes que iban hacia Salsurro, intermedio rumbo a Panamá, nunca llegaron.
Sin embargo, en medio de tanta indefensión, ustedes, con dinero en los bolsillos, conseguían avanzar, ¿conociste de la solidaridad humana?
En nuestra travesía tuvimos innumerables muestras de solidaridad, el primer caso fue un hombre amable que me brincó la frontera de Colombia. En Medellín una familia de morenos-piel oscura o negros en Cuba-, me tuvo diez días en su casa, sin faltarme comida y protección, yo sólo ayudándoles a cocinar. Cuando me bajé de aquella lancha rápida, herido en la cabeza por un golpe de ola, recibí las curas de parte de un soldado panameño. Hay una extraña mezcla de interés y amistad, pero al final, si no fuera por la misericordia, nunca hubiéramos llegado.
Existieron obligadas pausas, donde pudiste conversar con las personas de siete países, ¿tratándose de Cuba, qué recuerdas primero?
 Uno me llegó a decir que en Cuba se fusilaba por matar una vaca: no tanto, le dije, pero sí años de prisión como si fuera un homicidio. Una cosa que me llamó la atención, era la fascinación que tienen por las mujeres cubanas y siempre reconocían la calidad de los médicos cubanos. Ellos no podían entender qué está pasando en Cuba y yo, los otros cubanos, por más que quisiéramos, nos era casi imposible explicarles. A Cuba sólo se la entiende, a medias, viviéndola.
 Las fotos de viaje indican una depauperación física alarmante,  en Texas, te ves, al decir de los cubanos, “cebado”. ¿Recomiendas la aventura a tus compatriotas?
Yo como padre de familia tome mi decisión pensando en mi hija, pero no recomiendo que lo hagan, y si lo hacen no pongan en riesgo a sus hijos, yo vi niños menores durmiendo en el piso de la plazoleta de Obaldía, expuestos a enfermedades y peligros. Los traficantes no tienen piedad, para ellos somos sólo mercancías y representamos solo dinero.
¿Una lección para el resto de tu vida?
La primera lección fue  reconocer la valentía de las mujeres, cuando muchos hombres estaban acobardados ellas estaban serenas, subían las lomas como mambisas. Otra, que no hay metas grandes para uno cuando lo guía una buena razón y las ansias de libertad.
    

Por Mario Hechavarria Driggs 







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