La calzada de Zanja
amaneció en el primer domingo de Agosto, mostrando la obligada feria agropecuaria mensual de Centro Habana.
Al rayar el sol, inspectores al por mayor, carpas de la gastronomía estatal a
la derecha desde la calle Hospital, a la izquierda los vendedores de algunas
viandas, frutas, especias y demás vegetales frescos.
En Cuba es regla, así
lo advierten: “Si quieres comprar algo bueno, ve temprano a la Feria, después
del mediodía rastrojos”. Las fotos a las diez de la mañana valían para Granma,
una visita pasadas las dos de la tarde era apta tratándose del periodismo
alternativo en busca de la verdad:
El sol empujaba
contra la escasa sombra de la acera a los vendedores aún resueltos a terminar
el día, quedaban patas de cebollas del tamaño de una bola de billar, a 40 pesos
el enganche que no llegaba a 20 ejemplares; cabezas de ajo de similar tamaño y
precio; yucas, las mejores, a 3 pesos la libra, casi igual a lo servido por el
mercado ajeno al tope estatal de precios.
La única carne
posible, el cerdo, era monopolio estatal, con números que esconden la
manipulación nunca acabada contra los clientes: “La pierna y el lomo a 21 la
libra, si lo desea bistec limpio, a cuarenta”— explicó un carnicero con su
temible cuchillo en mano, no tanto por poseer un arma letal, sino por la
diferencia de precios—comprar barato es llevarse el gordo y los huesos— aclaró
una señora calculando las «amables» ofertas.
A las tres de la
tarde no había inspectores disponibles a pie de venta, realmente no hacían
falta porque las únicas colas persistentes estaban vinculadas a la papa,
producto «sagrado», vendido a un peso la libra, bajo estricta vigilancia.
“Del lobo un
pelo”—dijo un señor sudoroso, con más de veinte personas antes que él en la
fila—“dan lástima, sucias, podridas, meten el plato de la pesa sin discriminar,
ahí van algunas buenas, otras regulares y las malas. Lo tomas o lo dejas, a
esta hora no se puede escoger”— A su lado comentaron: “Damos lástima nosotros
aquí esperando como corderos.”
Había góndolas
repletas de papas, en puntos donde nadie hacía cola: ¿Regalo inusitado?, al
preguntar, el dependiente respondió: “Busque a su gusto, hay que tener corazón
para escarbar en esa carga de pudrición.”
La tarde avanza al
compás de las moscas invadiendo el cerdo fuera de refrigeración desde la
mañana, algunos mostradores ofrecen decenas de cabezas peladas de carneros que
nadie desea comprar, tal vez dedicados a ciertas ofrendas religiosas populares
entre los cubanos.
Antes la feria
agropecuaria de la calzada de Zanja-Centro Habana-, ocupaba hasta ocho cuadras
repletas a ambos lados de la vía, ahora son cinco, donde abundan los espacios
vacíos.
Lo poquito de bueno
quedó en frijoles colorados y bayos a 11 pesos la libra y, bonita sorpresa,
pasta de tomates concentrada, 3200 gramos, con etiqueta, referencia para
reclamar su calidad y a 90 pesos moneda nacional, casi la mitad de sus
similares en las tiendas recaudadoras de divisas. Vale “La Esperanza”, marca
registrada de una mini industria no gubernamental.
Después de tantas
promesas, esperando la rebaja de precios acompañada de una oferta variada y
satisfactoria, sólo nos queda eso, La Esperanza.
Por Mario Hechavarria Driggs