El último suceso, divulgado internacionalmente, ocurrió
este domingo en la tarde cuando ardió Variedades de Rayo, en la calle de igual
nombre, entre Zanja y Dragones, conocida en el barrio chino de la Habana como
“El Cristal”, una tienda recaudadora de divisas (TRD) cuyos amplios paneles de
vidrio desaparecieron en pocos minutos.
Mayra Cárdenas,
cuenta propista que vende ropas cerca del lugar, se lamenta: “Era de ver
lavadoras de ropa, nuevecitas, derretidas como mantequilla por las llamas,
aquello daba ganas de llorar.”
En efecto, el incendio de grandes proporciones precisó
apoyo de equipos de bomberos de otros municipios habaneros. Una vez más se
crecieron los muchachos apaga fuegos aún cuando el vecindario exigente, quizás
por mimética, siempre dice que estos valientes interventores siempre llegan
tarde. Lo cierto es que impidieron, la extensión del incendio a sus
alrededores.
Es casi imposible, aún para periodistas oficialmente
acreditados, acceder a declaraciones en el lugar por parte de las autoridades
competentes, inclusive, la mayor parte de las veces ni siquiera una nota
oficial acompaña los hechos. Así y todo, un joven bombero, aprovechando la pausa
imprescindible de su accionar, comentó: “No damos abasto, alarmas a todas
horas, entre incendios y derrumbes se nos va el tiempo.”
A falta de información oficial, aparecen rumores de mucha
certeza, algunos abalados por la voz popular que jamás falla: “la tienda—El Cristal—estaba en auditoría,
¡vaya casualidad la de este incendio!
Posteriormente se conoció de parte de un ex funcionario
de Comercio Interior que las necesarias investigaciones determinaron la
detención de algunos trabajadores directamente relacionados con el
acontecimiento.
No se trata de un caso aislado, la secuencia de incendios
es alarmante:
Buscando la cola de la serpiente, el 17 de agosto de 2015
la Plaza Carlos III, tal vez la mayor TRD del país con 4 pisos y 10 mil metros
cuadrados de superficie inmueble, resultó evacuada en minutos ante algo
insólito tratándose de Cuba, una Cuba “amenaza
de bomba”, que jamás resultó real.
Nunca se ofreció explicación alguna al público pero el
comentario apunta a “rio revuelto,
ganancia de pescadores.” En buen cubano significa aprovechar la confusión
para borrar huellas indeseables y/o sustraer productos del lugar.
El año 2016 resultó pródigo en incendios, causantes de una destrucción lenta, pero
imparable de la “ciudad maravilla”, al decir de ciertas maniobras turísticas
mediáticas muy interesadas en explotar a su favor la miseria de un pueblo que
es capaz de bailar en medio de sus calamidades.
Jueves tres de mayo: se queman los sótanos de la TRD
Yumurí en Reina y Belascoaín. Eran los almacenes de la instalación y su mercado
de alimentos, todavía hoy cerrados al público.
Viernes 4 de noviembre: calle Mercaderes, Habana Vieja. Arde
un apartamento en el cuarto piso, esta vez los bomberos no pudieron actuar con la rapidez requerida porque
baterías de cañones antiguos, clavados en las calles aledañas, impiden el
tránsito vehicular.
Sin información oficial, todo comenzó por un horno micro
ondas que hizo corte eléctrico en la vivienda y, debido a las lógicas
precauciones de la familia, protegiéndose de posibles ladrones, la habitación
era una fortaleza casi inexpugnable. (El precio del aparato equivale en Cuba a
la pensión anual media de cualquier jubilado.
Dos semanas después en Figuras, entre Belascoaín y
Escobar, otro pensionado duerme la siesta sin apreciar debidamente el peligro
del gas licuado que corre por tuberías con décadas de existencia sin el menor
mantenimiento por parte de la empresa estatal, encargada del servicio. Vuelven
las llamas, una vez más los jóvenes de las mangueras hacen su trabajo con
eficiencia. Solamente quedó un largo río de agua que muchos lamentaron porque
el suministro del acueducto deja mucho que desear.
Comienza el año y el pasado 30 de enero arde en súbita
llamarada la pequeña fábrica y su almacén contiguo, pertenecientes al Fondo
Cubano de Bienes Culturales (FBC). Todo sucedió en apenas dos horas. Sin datos
por parte de las autoridades, se conoce a fe cierta que todo comenzó al
intentar una soldadura en el interior del edificio, sin considerar los riesgos,
pura negligencia, junto a una cañería de gas.
No pasaron dos semanas y la ciudad queda de nuevo
impactada por las gruesas columnas de humo alzadas hasta el cielo, ahora
coincidentes con la búsqueda de números falsos en otra tienda recaudadora de
divisas. Tales controles sacan de quicio a los cubanos implicados porque
tratándose de dinero estatal, “aquí el
que no corre vuela”.
No es posible aseverar que hemos alcanzado la cabeza
venenosa de la serpiente, pero entre negligencias, aletargados y probables
desfalcadores, los incendios se suman a los cotidianos derrumbes en el
imparable desastre del país.
por Mario Hechavarria Driggs
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