El
clamor por una ley de prensa que, supuestamente, resolvería la
crisis manifiesta y creciente del periodismo cubano, va filtrándose
a cada rato en artículos de diversos “comunicólogos”. La
palabra viene de Graciela Pogolotti, quien escribió al respecto el
pasado 14 de marzo, Día de la Prensa cubana, en la columna dominical
que asume desde Juventud Rebelde.
No
olvidar que la octogenaria doctora, miembro de la academia de la
lengua en Cuba, tiene el favor de ver reproducidas sus palabras por
Granma a la mañana siguiente.
De
acuerdo a sus ideas, la legislación “establecerá, con
regulaciones de obligatorio cumplimiento, el compromiso institucional
de ofrecer a los periodistas información rápida y pertinente”.
Del
lado opuesto, Fernando Rasverg, furiosamente atacado por dirigentes y
autoridades vinculadas al oficialismo mediático, también ha
considerado la posibilidad de una Ley de Prensa que resuelva las
dificultades de los informadores cubanos en su necesaria relación
con las instituciones del estado.
Mientras
tanto, crece una lista paralela de reporteros expulsados de medios
oficiales al proclamar verdades molestas al totalitarismo vigente,
les acompañan colegas amenazados por la Seguridad del Estado cuando
se hizo evidente que colaboraban con publicaciones digitales en
Internet, colmando el recipiente represivo decenas de comunicadores
independientes, detenidos, maltratados y hasta confiscados sus medios
de trabajo.
Cuando
de leyes en nuestro país se trata, es curioso el olvido de la
propaganda oficial respecto al artículo 5to de la constitución
vigente de 1976:
“El Partido
Comunista de Cuba, martiano
y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana, es
la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado, que
organiza y orienta los esfuerzos comunes hacia los altos fines de la
construcción del socialismo y el avance hacia la sociedad
comunista.”
Sencillamente
y así se cumple, cualquier legislación, especialmente aquellas de
especial connotación política—caso que nos ocupa—, está sujeta
a las directrices del PCC, cuyos líderes determinarán la
interpretación y alcance real de toda la parrafada que se esmeren en
escribir los expertos a cargo de formular la Ley de Prensa,
finalmente votada por un parlamento unipartidista que solamente
levantará, unánime, la mano.
De
ocuparse la élite gobernante en esta inútil tarea, tal vez un
entretenimiento más para los aún creyentes en el futuro promisorio
que ofrece el actual desgobierno totalitario, la nueva ley acaso
servirá como refuerzo "legal" a la mordaza que hoy aplican
a quiénes se atreven a decir al mundo la verdad de Cuba.
Si
alguien desea más para convencerse, basta recordar que a la
conductora de un programa catalogado estelar en la TV nacional,
Thalía González, le prohibieron expresamente filmar los interiores
de una Tienda Recaudadora de Divisas en La Habana, cuando pretendía
dar a conocer los precios colocados en cartelera, algunos de ellos
probablemente adulterados por el personal del lugar. El pretexto fue
“respetar
la privacidad de los clientes”.
La
experiencia anterior demuestra que, considerando las aspiraciones de
la Dra. Pogolotti, el Departamento Ideológico del Partido Comunista
de Cuba se encargará de precisar la velocidad atribuible al adjetivo
rápido,
qué debe considerarse pertinente
y hasta donde alcanzará el obligatorio
cumplimiento.
Mucho
mejor que la fábula de Graziella Pogolotti o las buenas intenciones
de Fernando Rasverg, clasifica Pepito, el auténtico niño cubano de
los cuentos, cuando improvisó unos versos a su maestra, empeñada en
valorar las cualidades literarias de sus fiñes. El chamaco va más
allá de una alusión directa a cualquier persona citada en este
comentario:
¿Qué
le pasa a la mariposa que no se posa en la flor de la calabaza? ¿Es
tonta la mariposa, o que c…! le pasa?
Por Mario Hechavarria Driggs
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