viernes, 6 de diciembre de 2013

EL Parque de la Fraternidad Americana.

Como muchos habaneros, visito frecuentemente el Parque de la Fraternidad, amplio espacio natural en el corazón de nuestra capital, junto al Capitolio, frente a la Habana Vieja, Patrimonio de la humanidad.

Últimamente me siento contrariado porque guías turísticos, jardineros y otros funcionarios relacionados diariamente con el parque, han comenzado a denominarlo con el muy intencionado calificativo de Latinoamericano, obviando símbolos presentes en este espacio de La Habana, olvidando también conocidos fragmentos de la historia nacional.

No se trata de algo nuevo, es un asunto recurrente,  impuesto por el gobernante partido comunista, impregnado de la doctrina Latinoamericanismo contra el. Panamericanismo. Dejo a ustedes la acotación y vuelvo a mi parque…

En el centro del enorme jardín que refugia a muchos habaneros, una majestuosa Ceiba permanece rodeada por una alta verja de hierro, coronada con los escudos de 28 repúblicas del Nuevo Mundo, en cuyo orden alfabético no faltan los Estados Unidos de América. Nunca olvido la molestia de un amigo procedente de Wisconsin, a quien intenté mostrarle el sitio exacto para una fotografía, encontrando oculto el símbolo de su país, tapado ex profeso.

Los guías hablan de la Ceiba considerándola el árbol de la fraternidad latinoamericana, recordando que fue plantada en 1928 con las tierras traídas de sitios históricos provenientes de todos los países que forman el llamado Hemisferio Occidental, América en su totalidad, por lo cual acierta el prefijo griego que forma la palabra panamericanismo como símbolo exacto del lugar.

Si andamos el parque, en sus cuatro esquinas mayores podemos admirar los bustos de igual número de próceres ilustres, uno de los cuales es Abraham Lincoln, decimosexto Presidente norteamericano.

Del pasado en un sitial tan significativo, recuerdo que en 1928 se desarrolló en La Habana la VI Conferencia panamericana, ocasión de la visita Cuba de Su Excelencia señor Calvin Coolidge, único mandatario en ejercicio de los Estados Unidos en hacerlo durante la historia nacional. De sus palabras ante los cubanos puedo recordar:

La Divina Providencia ha hecho vecinas nuestras repúblicas, y es imposible suponer que esto fuera con el designio de hacerlas hostiles entre sí, sino con el propósito de revelarnos de tiempo en tiempo los métodos mediante los cuales podemos lograr las ventajas y las bendiciones de amistades durables

No se trata de irle a la contra cuando lógicamente se habla de Latinoamérica, en su histórica condición, es ese desmedido intento, fuera de la historia misma, de oponer los términos, obligándonos a una contradicción ficticia con el panamericanismo, igualmente nacido de nuestra realidad común.

El colmo me alcanzó recientemente, al escuchar en varios espacios radiales y televisivos nacionales la frase Día de la medicina latinoamericana, refiriéndose al 3 de diciembre, natalicio de Carlos Juan Finlay Barrés, ilustre epidemiólogo camagüeyano, descubridor del agente trasmisor de la Fiebre Amarilla, un vector hoy identificado como el mosquito Aedes Aegypti.

Resulta que Finlay estudió medicina en el Jefferson Medical College de Filadelfia, Estados Unidos. Fue en Washington donde por vez primera planteó la hipótesis de un vector trasmisor de enfermedades, genuino aporte a la ciencia universal. Luego de veinte años de escepticismo, su teoría fue probada en Cuba durante la ocupación militar norteamericana, a instancias del gobernador Leonard Wood.

Es mundialmente reconocido que la erradicación de la Fiebre Amarilla se debe a los aportes de este médico cubano, especialmente en su propio país donde ejerció como Jefe del Servicio de sanidad y en Panamá, durante las obras relacionadas con la construcción del Canal interoceánico, tutelada por los norteamericanos y consideradas una de las maravillas de la ingeniería moderna.

Es por eso que, cada tres de diciembre deberíamos celebrar el Día de la Medicina Panamericana y no el Día de la medicina Latinoamericana, como el oficialismo trata de imponer. De paso, abogo por incluir la imagen de Finlay en la galería de nuestras monedas, repletas de militares. Sin restarles méritos, ninguno de nuestros  Generales y Comandantes, hizo tanto por la vida humana como Carlos Juan Finlay Barrés, un auténtico panamericanista.

Somos pues y debemos reiterarlo con orgullo, Latinoamericanos y Panamericanos. Vivimos en el hemisferio occidental, llamado en su conjunto Las Américas o simplemente América, todos unidos por el río de la historia.  ¡Que Dios nos bendiga!

 Por Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente.



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