“Nación de reos que no
descansa, aferrados acá a una esperanza, marchando con hambre en la plaza,
porque es voluntario pero si no vas ¡tú sabes!, si protestas ¡tú sabes!...”
El mundo, y la prensa oficial cubana en especial, está
inundado de protestas: “Ocupa Wall Street” en Estados Unidos; “Los Indignados”
en España; ahora mismo airadas protestas en Brasil. Sin embargo, en Cuba parece
que no existen motivos para protestar.
No se trata de convocar a la gente a una manifestación
inútil, fuera de lugar, ante cualquier cotidiana inconformidad, pero de seguro
abundan los motivos si de expresar indignación se trata, cuando tantas cosas
andas mal, afectando masivamente a la población.
Como bien dicen los ilustres raperos cubanos, nos
secuestraron el valor, agrego, hundiéndonos en la desidia. Basta con la música
bailable, ojo, la no censurada, el ron y los chistes. Prostitución del carácter
que nos coloca en un círculo vicioso.
Protestas y
protestones hay, debería decirlo en femenino, considerando una honrosa
excepción a las Damas de Blanco sobrevivientes entre nosotros, firmes en
su actitud aún después del indulto
otorgado a más de cien presos de conciencia. Lo malo es que la mayoría se fue,
abandonó la lucha ante la invitación a vivir entre las comodidades del Primer
Mundo.
No se trata, como tal vez exageran algunos, de los golpes
físicos, de las mangueras chorreando agua a presión en las calles o de policía
con escudos y balas de goma. Nada de lo anterior caracteriza a Cuba. Lo
esencial es el ostracismo en casa propia, una modalidad muy especial de mi
socialismo.
Con un diseño económico donde el estado es monopolizador de
los puestos de trabajo, todos los servicios y demás opciones dadas a sus
ciudadanos, declararse opositor es como aislarse definitivamente del entramado
político-social, incluyendo la posibilidad de ejercer cualquier profesión o tal
vez ejercerla, pero en franca situación discriminatoria.
En el barrio serás vigilado para siempre, como si fueras un
delincuente y tal vez hasta por los propios delincuentes, que de paso ganan así
alguna aceptación ante las autoridades, paliando sus reales delitos comunes. De
paso, los vecinos te tratarán a la distancia, temerosos de ser clasificados
como amigo o solidario con un disidente político.
Si intentaras permiso para reunirte, realizar alguna
actividad pública, por sencilla y pacífica que fuera, la respuesta será un NO,
junto a una irónica sonrisa. El funcionario encargado de negarte la solicitud,
pensará internamente: el tipo se volvió
loco, se quemó.
Por eso no paro mientes ante las críticas, filosóficas
mayormente, contra Las Damas de Blanco, los pequeños grupos opositores
sobrevivientes, la bloguera Yoani Sánchez o Los Aldeanos. Siempre habrá algo
que decirles en contra mientras ellos desafían la cruda realidad.
El miedo es la otra cara del asunto. En los últimos tiempos
se han abierto espacios a la libre expresión, cada día es más difícil para las
autoridades encerrar a un opinante pacífico. Con la apertura al trabajo por
cuenta propia, extendido hasta ahora a medio millón de personas, el monopolio
estatal va cediendo ante los imperativos de la crisis económica.
Mucha gente está cansada de tanta muela en la prensa
oficial, busca información alternativa y la comenta, sin embargo, todavía te
abren los ojos cuando haces un comentario crítico en un parque. Siempre vendrá
un conocido, con ánimos de aconsejarte, advirtiéndote que tal o cual persona
escucha, que puede ser un informante, que te van a desaparecer.
El asunto funciona como la costumbre, se reitera sin
analizar los cambios evidentes en la
Cuba de hoy. Es hora de ponerle un final al miedo y comenzar
a expresarse libremente. Ni siquiera las leyes de este socialismo impiden esto.
Por eso admiro tanto a Los Aldeanos, inclusive sin
considerar si el Rap es música de mi agrado o no. Nadie en mi país,
públicamente y ante cientos de personas, ha dicho hasta hoy las verdades que
ellos dicen, con claridad, directamente, sin rodeos.
En este archipiélago mayor de Las Antillas hay muchos
motivos de indignación y, a juzgar por las voces calladas, las conversaciones a
media voz, mirando hacia los lados por si viene alguien, sobran los indignados.
Por esta razón me creo el decir cadencioso de este Rap:
“A veces sueño que hay
millones de Aldeanos, no tan sólo dos, a veces sueño que el mundo entero
escucha mi voz, y a veces sueño que todo el mundo sueña como yo.”
Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente.
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