Alejo Carpentier caracterizó a La Habana como la ciudad de
las columnas, clara alusión a las inmensas columnatas que bordean las calles principales
de la una buena parte de nuestra capital allende los antiguos muros de la Habana española.
Las columnas sostienen amplios
portales de altos puntales, facilitando el paso de los transeúntes, además de
protegerlos contra los frecuentes aguaceros, junto al sol ardiente
del trópico, elementos
permanentes en Cuba a través de todo el año.
Ahora resulta que esos soportales
están parcialmente ocupados por numerosas personas, cuya imagen depauperada
salta a la vista, mostrando al público cualquier cantidad de baratijas, sin
orden ni concierto. Se trata de artículos muchas veces sacados de los
basureros, otros regalados por los vecinos antes de botarlos, junto a ciertos
orígenes difíciles de explicar.
Los improvisados puntos de venta
ocupan espacios al tránsito de las personas, generando molestias adicionales
cuando están junto a las puertas de los establecimientos públicos o privados,
así como de las casas familiares. Continuamente pelean entre si, afean el
entorno con sus trastos en venta, amenazando a las personas que por alguna
razón les requieren.
Para los guardias resulta un
tanto embarazoso proceder contra tales personajes. Una buena parte consumen
alcohol o drogas mientras intentan vender sus bagatelas. Visten harapos y
algunos padecen de retraso mental. Además, parte de la población muestra
conmiseración ante el intento de reprimirlos, considerando que son un lastre
social cuyo origen es responsabilidad del proyecto social donde viven.
Cada cierto tiempo la policía
hace redadas, trasladando a esta pobre gente hacia el pabellón ¨La Colonia¨
ubicada en el Hospital Psiquiátrico de La Habana, antiguo ¨Mazorra¨ y en otros
centros asistenciales. Finalmente regresan al lugar de origen. Su vida real
terminó hace tiempo, no hay proyectos, sólo frustraciones. Quebraron,
adelantándose al fracaso del socialismo en su país.
Recorriendo Centro Habana,
municipio contiguo a La Habana Vieja ,
con unos doscientos mil habitantes, pude contar decenas de sitios ocupados por
los vagabundos, agregándose algunos parques a los ya citados soportales.
Indagar sobre el pasado laboral
de estos indigentes es interesante:
Silverio, ex atleta del equipo
nacional de levantamiento de pesas es ahora vendedor ambulante de Ron casero,
conocido como Chispaetren y adicto a los psicofármacos.
Carmen fue Jefe de Obras en una
empresa de materiales de la construcción, ella es adicta a la Coca, vende lo que encuentra
para comprarla en las calles a 10 cuc el
gramo.
Urbano fue un alto oficial del Ejército
excombatiente de la guerra de Angola, hundido en el alcohol pide limosnas por
las calles para alimentar su vicio, la familia no quiere saber de él.
La
lista es larga y diversa. Basta un análisis caso a caso para corroborarla.
Estas personas pasaron a la depauperación durante los últimos años de una etapa
histórica llamada aquí Período Especial. Anteriormente tal fenómeno no era
visible en nuestra ciudad.
¿Qué pudo sucederle a seres
humanos trabajadores, responsables, llenos de vida, para terminar de tal manera
su existencia?
Cuando de golpe y porrazo se nos
vino encima el fin de un mundo soñado, sustituido por otro real, con valores
diferentes, no todos, una buena parte de la sociedad diría yo, fue capaz de
adaptarse. Nuestros vagabundos son víctimas, representan a los inadaptados ante
la difícil situación de hoy.
Les prometieron la felicidad a
cambio de la fidelidad. Ellos cumplieron, pero finalmente aparecieron tiendas
repletas de artículos brillantes que no pueden comprarse con lealtad, sólo con
dólares. No todos tienen familiares en el exterior capaces de enviar ayuda,
menos aún si tu divisa fue la absoluta fidelidad a la Revolución.
Al paso del tiempo fue peor. Se
habla de empresas privadas, el país se abre lentamente al capitalismo. Los
infelices que suscribieron el antiguo socialismo como sentido de sus vidas,
están recibiendo ahora el injusto pago de sus pueriles sueños.
Ahora resulta que debemos
eliminar gratuidades indebidas, reducir al máximo los subsidios, estimular a la
gente con vistas a ejercer su propia iniciativa laboral. Yo suscribo ciento por
ciento estas ideas, lástima que nos dejó como saldo inicial una oleada de
vagabundos que debió tener mejor suerte y mayor consideración en el momento
actual.
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