Manuel Arteaga
Betancourt nació en la ilustre villa de Santa María del Puerto del Príncipe,
actual Camagüey, el 28 de diciembre de 1879. Ordenado sacerdote el 17 de abril de 1904 en Caracas Venezuela, país donde realizó su
ministerio sacerdotal hasta el año 1912.
El Papa Pío XII lo eligió arzobispo de la Habana en el año
1941. Nombrado Cardenal presbítero el 18
de febrero de 1946, recibiendo el capelo
y el título para convertirse en el primer miembro del Colegio Cardenalicio nacido
en Cuba.
Pasado medio siglo de
su muerte, la iglesia católica cubana se mantiene en pie, pagándole con un
olvido oportunista que prolonga en el tiempo los últimos años de una vida
marcada por la ingratitud. Nada se habla de tan eminente figura eclesiástica,
ni siquiera en la prensa católica cubana.
Tal parece que no es
conveniente a la actual agenda católica hablar del Cardenal Arteaga. El asunto
es simple, su actitud anti dictatorial terminó frustrada cuando al final de su
larga vida, una nueva dictadura vino a sustituir a la anterior, algo impensable
para el prelado, quien tal vez creyó en el fin de todos los autoritarismos
nacionales.
Conocida es la
proverbial neutralidad política de la iglesia romana, al menos en su imagen
pública, sin embargo, Arteaga, junto a su igual el obispo santiaguero Enrique Pérez Serantes, contribuyeron a salvar vidas
jóvenes durante los años de la represión batistiana. El pago del nuevo gobierno
fue una prematura alianza con el ateísmo soviético, condenando al destierro a
cientos de religiosos cubanos.
El Cardenal usó su
influencia y prestigio, a favor de los revolucionarios perseguidos, por lo
tanto esperaba un mejor tratamiento para su iglesia. Sin embargo recibió lo
contrario, cuando el oportunismo político decretó la subordinación de los
guerrilleros triunfantes al mandato del Kremlin.
Perseguido por el
régimen comunista se refugió en la
embajada de Argentina y luego en la nunciatura apostólica de La Habana desde el
año 1961 hasta 1962. Falleciendo al año siguiente en el Hospital de San Juan de Dios a los 83
años de edad, sin hacer concesiones. Cargando con la cruz
de reclamar el merecido lugar de la iglesia
en la sociedad civil, desmantelada por el nuevo caudillo, quien olvidó
su repetida promesa de retornar a la democrática “Constitución del Cuarenta.”
Al menos le respetaron
el derecho de morir en su patria. Pocos pudieron asistir a su funeral. Luego
siguió un auténtico paisaje gris, determinado por un desenfrenado ateísmo
autoritario:
Visitar una Iglesia era
símbolo de traición a la patria, motivando malas recomendaciones para el futuro
del “atrevido” en el mundo anunciado como paraíso terrenal por los comunistas.
Fin de las tradiciones
cristinas, incluyendo la celebración de días tan señalados como la Semana Santa
o la Nochebuena.
La educación comunista
decretó a la religión “opio de los pueblos”, cerrando toda opción a quiénes
intentaran educar a sus hijos en los preceptos cristianos.
Colofón de todas las
discriminaciones, el régimen de partido único dejaba fuera de cualquier opción
política a los religiosos, con especial énfasis en los cristianos,
especialmente los católicos.
Como es conocido, el posterior
desmoronamiento del muro de Berlín, la debacle soviética y los cambios en
China, determinaron un nuevo oportunismo político en los ya desgastados
dirigentes revolucionarios cubanos, olvidando sus recalcitrantes actitudes de
dos décadas atrás, ofrecieron el manto de la reconciliación.
La Iglesia católica
tuvo una nueva oportunidad y hasta dos Papas nos visitaron en algo más de diez
años.
El sucesor y hermano
del líder histórico de la Revolución, se muestra sin embargo más pragmático,
invitando al nuevo Cardenal Ortega Alamino a su avión personal, viajando juntos
al Camagüey, donde compartieron la ceremonia de beatificación del Padre Olallo.
El nuevo presidente,
quien lleva las riendas de la reconciliación Iglesia- Estado, ha ofrecido
algunas migajas a los católicos, intentando salvarles el honor después de
tantos años golpeándoles las espaldas: Hay religiosos en el Partido, incluso
hasta algunos dirigentes dentro de la burocracia comunista; luego de una larga
espera se terminó un nuevo y flamante Seminario en las afueras de La Habana.
La componenda actual
parece exigir un borrón y cuenta nueva. No es conveniente revolver el pasado,
dicen algunos, pero tampoco es bueno olvidarle, decimos otros. No hay que olvidar las lecciones de la historia para no repetirlas.
Sonrisas al final del
camino entre señores jerarcas pasados de años, listos a retirarse, dejándonos a
merced del tiempo y de la ingratitud.
En el mundo viviréis
atribulados; pero tened buen ánimo: yo he vencido al mundo.
Jn 16, 33
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente
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