viernes, 22 de noviembre de 2013

Cuba y el águila de los Estados Unidos de América.


Un águila con sus alas desplegadas coronaba el monumento cubano en honor a las víctimas del USS Maine, acorazado hundido en la bahía de la ciudad de La Habana el 16 de febrero de 1898. El águila de cabeza blanca, es famosa por ser el símbolo nacional de los Estados Unidos de América.  
El 18 de Junio de 1961 revolucionarios enardecidos se subieron en el  monumento, ubicado en el capitalino Vedado y derribaron el  ave de bronce, junto con los bustos de William Mac Kinley, Theodore Roosevelt y Leonard Wood, tres figuras imprescindibles de nuestra historia.

Precisamente las alas del águila constituyen una curiosidad de nuestro pasado. Cuando fue inaugurado el obelisco en 1926, la emblemática figura se mostrada erguida, ofreciendo resistencia al viento con su envergadura vertical. El ciclón de 1944 la derribó, volviéndose a colocar en su pedestal, ahora horizontalmente, lista a emprender un majestuoso vuelo.

Así arribó el sitial conmemorativo a los años iniciales del actual proceso llamado Revolución, entonces estaba de moda derribar estatuas. El General José Miguel Gómez cayó de su bello soporte en la avenida de los Presidentes. Muchas otras cosas se fueron al suelo sin miramiento alguno. No es de extrañar la suerte del conjunto arquitectónico recordando a los mártires del Maine, frente a una sección del Malecón habanero, cercana a la Embajada de los Estados Unidos de América en Cuba.

Larga y polémica es la historia de cómo fue hundido el Maine en la bahía de La Habana aquella noche aciaga de 1898, preludio de una guerra definitoria en los destinos de Cuba, además de señalar nuevos derroteros para la gran nación norteña. Precisamente uno de los más reconocidos historiadores navales de Estados Unidos, el Almirante Hyman G. Rickover escribió: Un estudio sobre la destrucción del Maine arrojará nueva luz sobre los hombres y las instituciones que pelearon en la guerra contra España y dejaron un legado que continua influyendo sobre nuestra nación.

Y sobre la mía, agrego sin dilaciones. No es posible comprender la historia cercenándole caprichosamente una porción. Debiéramos terminar con la concepción exclusiva, sectaria, típica de los comunistas, imperante aún en Cuba.

Son numerosos los buenos intentos por esclarecer el polémico hundimiento del acorazado norteamericano. La tendencia predominante es considerarlo un accidente, motivado por la explosión del polvo de carbón, residual en las calderas al quemar este combustible fósil. En aquella época accidentes similares eran frecuentes, aunque ninguno alcanzó las dimensiones del ocurrido en la rada habanera.

Otras opiniones apuntan hacia una pequeña carga explosiva exterior, combinada con los efectos dentro de la embarcación, relacionados en cadena desde las calderas hasta los almacenes de pólvora, con la adición de fallas estructurales en la construcción del navío, que facilitaron su rápida destrucción.


De niño recuerdo, como la mayoría de los cubanos, una opinión divulgada por ciertos textos docentes, amplificados por la voz popular, reiterando la perfidia de quiénes ejecutaron un acto calificado como auto provocación, con el fin de justificar una declaración de guerra a España. 

Se decía que de las 266 víctimas, la mayoría eran negros y muy pocos oficiales, supuestamente avisados de lo que sucedería, y por tanto salvos en tierra firme mientras la proa del USS Maine volaba por los aires. Bueno es aclarar que los dormitorios de las clases superiores  estaban en la popa, además, el desastre comenzó a las 21.40 hora local, cuando como es costumbre, la oficialidad de cualquier embarcación surta en puerto, goza de franquicias negadas a la mayoría de los tripulantes.

La amarga celebridad alcanzada por este desastre alcanzó páginas mediáticas en numerosas publicaciones de la época y posteriores a ella. The New York Journal, periódico cabecera de la cadena Hearst, pasó de 30 mil ejemplares diarios a más de un millón. Posteriormente The National Geographic Magazine y History Channel hicieron sus correspondientes materiales televisivos.

Sin embargo, para orgullo nuestro, el pionero en tales actividades fue el realizador cubano Enrique Díaz Quesada, apoyado por un presupuesto de 25 mil pesos, alto en aquel momento, aportado por la firma comercial “Santos y Artigas”, con el fin de grabar las maniobras destinadas a extraer los restos de la embarcación, que entorpecían el tráfico marítimo en la bahía de La Habana.

Grabado en 35 mm bajo el título “Epílogo del Maine”, este documento pionero de nuestro cine eternizó lo que en 1912 se consideró una hazaña tecnológica, reflotar los restos del acorazado, posteriormente remolcados hasta cuatro millas de nuestras costas, donde finalmente se hundió en medio de una solemne ceremonia.

Volvemos al monumento, donde eternizados en bronce, podemos conocer los nombres de aquellos marineros y oficiales muertos como preludio a una guerra que estalló dos meses después. También puede leerse un fragmento de la famosa Resolución Conjunta del congreso norteamericano, bajo la presidencia de William Mac Kinley, cuando declaró: El pueblo de Cuba es y de derecho debe ser libre e independiente.

Este último presidente fue un declarado opositor de la Reconcentración, política fascista del Gobernador español en Cuba, Valeriano Weyler, causante de unas cien mil muertes entre la población civil del país. Mac Kinley murió a consecuencia de las heridas recibidas durante un atentado, siendo sustituido por Theodore Roosevelt, enérgico presidente que envió a nuestro país a sus famosos Rough Riders, cientos de de los cuales cayeron peleando por Cuba libre.

Cualquier manual de historia nos cuenta la designación de Leonard Wood como gobernador militar provisional en La Habana, dedicado a crear las instituciones antecesoras de la nueva república. Fue un impulsor de la educación pública, favoreció la formación de maestros, además de esforzarse en el saneamiento del país. Todos los funcionarios de su gobierno eran cubanos ilustres.

A la hora de contar la historia de una nación, son lamentables los olvidos y omisiones, generalmente malintencionados, se trata de hombres y mujeres actuantes en una época determinada, cuyas personalidades, como ya nos alertara el Almirante Rickover, arrojarán nueva luz, dejando influencias perdurables más allá de nosotros mismos.

 Sería un gesto de buena voluntad, pienso yo, que el águila norteamericana volviera a batir alas en su imperecedero pedestal. Se trata del símbolo de la nación que nos ayudó a conquistar nuestra independencia y que nos sigue ayudando en muchos aspectos, un país cercano que todos debemos respetar y admirar sin entrar en personales manipulaciones políticas.


 Por Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente


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