De la alianza entre los comunistas y los católicos hace rato se comenta
dentro y fuera de Cuba. El pasado año, cuando fuera beatificado el Padre Olallo
en una ceremonia efectuada en la catedral de Camaguey, el Presidente Raúl
Castro invitó al Cardenal Ortega Alamino a viajar en el avión presidencial,
solicitud gustosamente aceptada por el prelado.
Al parecer quedaron en el olvido las escuelas católicas cerradas, los
cientos de sacerdotes expulsados del país y los cristianos marginados por su fé.
También pasó por alto el ateísmo científico del PCC, proclamando a la religión
como El
Opio de los Pueblos. La
Virgen de la
Caridad del Cobre viajó a través del territorio nacional,
custodiada por los agentes del Ministerio del Interior.
Jaime y Raúl sonríen a los fotógrafos durante la apertura del nuevo
Seminario católico cubano, cuya primera piedra fuera colocada por Juan Pablo
Segundo, candidato a los altares.
Dicen algunos teóricos, cito al politólogo Armando Chaguaceda, que la Iglesia Católica
es, junto al estado cubano, los dos actores políticos más poderosos del país.
No creo que la institución religiosa tenga tanto poder real en nuestra
sociedad, pero mantiene su condición de estado universal, concedida al papado.
Cuando el futuro de la nación está comprometido por un lento pero
irreversible proceso de reformas económicas, que derivarán necesariamente en
políticas, surge la pregunta de si existe o no una alianza entre los poderes
antes mencionados.
El oportunismo comenzó hace más de veinte años, cuando el Cuarto Congreso
del Partido Comunista de Cuba permitió la entrada de los creyentes a la
institución, alegando su vocación de ser “el Partido de la nación cubana”.
Bueno es recordar que entonces estaba a punto de desmoronarse el Bloque
socialista europeo, soplaban vientos huracanados, peligrosos para el futuro de
los comunistas cubanos.
Si nos remontamos al año setenta y cinco, fecha del Primer Congreso del
PCC, evento fundacional, otros eran los pensamientos de los líderes
revolucionarios. La desaparecida URSS eran visiblemente fuerte, Cuba se apoyaba
en su poderío y por tanto había que mostrar fidelidad a la causa de Lenin,
razón para proclamar en la Plataforma Programática del Partido “La superación paulatina de las creencias
religiosas, mediante la propaganda científica materialista y la elevación del
nivel cultural del pueblo.”
Al cambiar las circunstancias históricas, los líderes partidarios dan un
paso atrás, mostrándose como “sensatos” representantes de todos los cubanos y,
por tanto, dispuestos a permitir en el seno del Partido a Babalaos, Santeros,
Pastores y sus feligreses, así como al mismísimo Cardenal Jaime si este se
atreviera a tanto.
Esta es la historia, ahora marcada por ciertos privilegios, dádivas,
otorgadas a la Iglesia Católica :
Publicaciones propias de alcance nacional,
permitidas sin el control de las estructuras del PCC. Algunas guarderías
infantiles, paso inicial hacia la permisibilidad de la educación religiosa. Facilidades
antes negadas o intencionalmente dilatadas, como la construcción del nuevo
Seminario, obra proyectada por el finado Cardenal Arteaga, hace más de medio
siglo.
Mucho se dice de traición, en tanto su Eminencia Ortega Alamino habla de
“tender puentes, dialogar, abrir espacios”, negándose rotundamente a ser una
institución contestataria al gobierno, declarando que “La Iglesia Católica no puede ser
el partido de oposición inexistente hoy en Cuba.”
Evidentemente estamos bien lejos del Sindicato Solidaridad y los verticales
cristianos católicos polacos.
El panorama es bien confuso, pero algo está tan claro como el agua de ese
“arroyo de la sierra” donde José Martí dijo sentirse complacido, La Iglesia católica y el
liderazgo del PCC andan de plácemes, sonriendo a los fotógrafos.