La esquina, donde se ubicaba el “Gran Café El Louvre”, nos recibe con su
historia celosamente guardada, recuerdos de personajes ilustres, sitio de
encuentro de habaneros y visitantes desde hace más de un siglo.
Célebres fueron los jóvenes capitalinos que a finales del
siglo diecinueve, capitaneados por el mítico General Julio Sanguily, se
enfrentaron repetidamente a los desmanes del ejército colonialista español.
Estos muchachos habaneros llegaron a custodiar
públicamente al Mayor General Antonio Maceo, quien se alojó unos seis meses en
el Hotel Inglaterra, ubicado en la famosa acera del Louvre.
El “Inglaterra” sigue ahí, convertido en el más antiguo
hotel cubano en funciones, hospedando a centenares de turistas, multiplicados
en toda el área circundante, marcada por el emblemático Parque Central.
Pero en nuestros días la acera del Louvre se ha
convertido en el paseo de las prostitutas y sus chulos, listos para ligar un
turista ávido de placeres sexuales, asequibles por apenas unos dólares, tal vez
cinco o diez luego de una hora de apurada satisfacción corporal.
Aparentemente el asunto no parece fácil de alcanzar, digamos
que todas las esquinas tienen cámaras vigilantes, repartidas de forma tal que
cubren un espacio realmente grande en todas sus dimensiones. No falta la policía
uniformada, de día y de noche, tampoco los agentes vestidos de civil. La
mayoría corruptos, fáciles de manejar.
Aún así uno se asombra porque las mismas caras aparecen
noche a noche. En cualquier otro país es factible mencionar nombres de mujeres
tristemente famosas con este antiguo oficio, aquí no es posible. La mayoría son
ilegales por partida doble, como prostitutas y como residentes en la ciudad,
pues al ser provincianas, las regulaciones migratorias internas pueden
enviarlas de regreso a su terruño.
Lo peor es visualizar muchachas menores de edad
ejerciendo “el más antiguo de los oficios.” Es usual que ronden acompañadas de
alguna persona mayor, con rostro “respetable”, tomándose un helado con engañosa
inocencia escolar, esperando un cliente.
Los jóvenes rebeldes, al estilo de aquellos honorables
que escoltaron al jefe mambí de nuestra independencia, brillan por su ausencia.
El apóstol José Martí alza su figura a tamaño natural en el centro de la plaza,
con el brazo derecho extendido y el dedo índice acusador, advirtiendo
simbólicamente lo que anda mal en el país. Lamentablemente lo colocaron de
espaldas a la acera del Louvre, mirando hacia la Habana Vieja.
Las cámaras, los policías, los transeúntes y los
turistas, ven o no ven, según sea el caso, los intereses o los valores de cada
persona. A juzgar por el panorama y los resultados, una crisis de valores está
carcomiendo a la sociedad cubana.
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