viernes, 23 de agosto de 2013

Indisciplina social y descontento popular en Cuba.

Ayer en la tarde me detuve a buscar un teléfono público, caminando por la avenida Salvador Allende. Lo primero fue sortear entre varios de los instalados hasta encontrar uno en servicio, sencillamente les arrancan de cuajo los manófonos o sustraen directamente micrófonos y audífonos.

Intentando mi llamada, viene una señora con varios dulces en la mano, eran muchos para abarcarlos todos y uno cayó al piso. La mujer siguió su camino, lamentándose pero sin mirar atrás. Apenas unos segundos pasaron cuando otra mujer, entrada en años, se inclinó sobre el pastel caído, llevándoselo apresuradamente a la boca, sin una pizca de rubor.

Menos de un minuto para constatar dos de las muchas muestras de conductas sociales fuera del sentido común. El gobierno identificó apresuradamente unas doscientas, deben ser muchas más, aunque en el centro del problema concurren asuntos medulares de la sociedad cubana actual.

Primero trasciende el problema económico. Evidentemente la señora que recogió el alimento del suelo tenía hambre y carecía de dinero. Con doscientos pesos de pensión no puede cruzar puerta adentro del mercado de Carlos III y saciar la primera de todas las necesidades humanas. Los ladrones de teléfonos  actúan a la inversa, venderán lo robado para posteriormente comprar en la tienda.

En ambos casos, como en muchos otros, aunque no median palabras, las personas involucradas están lejos de sentirse a gusto en el país donde viven. Cuando no es posible expresar abiertamente ese malestar, se expulsa lo que se lleva dentro de cualquier manera.

Si observamos las incontables reyertas públicas, muchas signadas por una violencia antes poco vista entre cubanos, casi siempre el tema pasa por la economía: estafas, cuentas por pagar, promesas incumplidas, reclamaciones de servicios mal prestados, precios alterados, pesos y medidas fuera de las normas establecidas por el estado, en fin, asuntos económicos.

Basta con decir que desde hace varios años el Ministerio de Comercio Interior fijó un tope de 30 pesos para la libra de carne de cerdo ahumada en cualquiera de sus variantes comunes. Reto a quien pueda encontrar el producto, con ese precio, en la cantidad y calidad requeridas. Sencillamente es imposible, los vendedores no respetan la ley y los consumidores se cansaron de reclamar sin la menor esperanza de ganar la pelea.

El vagabundaje inunda las calles habaneras. Nunca vi tantas personas abandonadas a la buena de dios, mal viviendo sin esperanzas, sin proyectos para el futuro. Sencillamente estos seres humanos perdieron el interés por la vida, por luchar con miras a un futuro mejor y eso se llama textualmente falta de perspectivas, escasez de democracia.

Un por ciento de la población recibe remesas del exterior, con ese dinero se aíslan de la trágica cotidianeidad, inclusive tienen ahora la oportunidad de montar pequeños negocios, o grandes tal vez, incrementando su capital. Otros, insertados en la burocracia, extorsionan a los demás, vendiendo prebendas equivalentes a las muchas prohibiciones acumuladas durante cincuenta y cuatro años de revolución.

Al resto de la población le queda la violencia como única salida. Asediar turistas en busca de propinas a las buenas o a las malas. Romper puertas o ventanas, meter la mano en el bolsillo ajeno o tal vez hacer catarsis en una pelea callejera con el primer transeúnte que sin querer tropezó con otro como parte de esta ajetreada vida que llevamos.

Las asambleas convocadas periódicamente en los barrios como forma expresiva del llamado Poder Popular, cada día menos concurridas, se diluyen en explicaciones, sin soluciones concretas. Si usted le pregunta a un cubano medio, a voz callada, sobre el sindicato, le contará su indignación por pagar una cuota mensual de afiliado sin recibir apoyo alguno ante las muchas calamidades laborales que padece.

Este mismo compatriota sabe que en su trabajo, delante de sus ojos y con su propia participación, directa o indirecta, se roba al estado, se violan la normas, se engaña a los demás. De tanto engañarnos ya nadie está realmente engañado. Sencillamente le cobramos a otros lo que a nosotros nos hicieron anteriormente o lo que suponemos nos harán más adelante.



Es fácil explicar por qué tanta conducta antisocial en medio del actual marasmo que es la sociedad cubana. Únicamente con una auténtica democracia participativa, tanto en lo económico como en lo político, encontraremos fuerzas para romper la desidia que hoy consume a la sociedad cubana.

por Mario Hechavarria Driggs, periodista independiente














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