El
devenir del Art Decó habanero comenzó en 1930 con la inauguración del edificio
Bacardí y, al parecer, el panorama actual dice que allí mismo se detuvo este
suceso cultural, tanto como el ostracismo permanente de la emblemática marca
cubana, tan importante para nosotros como la Coca Cola para los
norteamericanos.
Algunos
detalles de aquel entonces asombrarían al capitalino de hoy: Terminado en menos
de 300 días, ostentó el mérito de ser el edificio más alto de la ciudad, aunque
pronto superado por la cúpula del majestuoso Capitolio. Los Bacardí emplearon
ingenio y dinero: mármoles de seis países europeos, granito rojo de Baviera y
una inmensidad de azulejos catalanes.
Hoy
en día es difícil para los turistas evitar la parada frente al vigilante
murciélago en lo alto, gastando megabytes de registros digitales, foto tras
foto. Sin embargo, el Art Decó cubano tiene otros rostros, no tan bellos como
esta inmobiliaria estatal, remozada con el apoyo de una bien interesada firma
italiana.
Muy
cerca, en la calle Prado, se nos viene encima el cine Fausto, tan infortunado
como el célebre personaje de Goethe. En Cuba a casi todas las salas
cinematográficas les cayó encima la maldición de Mefisto, coincidencia de los
años treinta, cuando floreció el cine, exhiben hacia el exterior los rasgos del
Art Decó, tal vez una prevista maldición mirando al futuro.
El
Cine Cuba de la calle Reina (Simón Bolívar), anda peor que el mencionado
Fausto, en cualquier momento se viene abajo, aportando a la ciudad otra
enormidad de polvo y escombros, epidemia incontrolable hasta hoy.
Otros
casos consiguieron una suerte a medias entre la ineludible abominación
diabólica que nos persigue y quizás las ventajas del pacto temporal con
Satanás: Son los casos, por ejemplo, de Almacenes Ultra, también en la calle
Reina, y las salas teatro Jigüe y América, una al lado de la otra, formando
parte de un edificio del mencionado estilo decorativo ubicado en la calzada de
Galiano, oficialmente llamada Avenida de Italia.
De
la desgracia no se salvan los vecinos por encima del primer piso y el
mezzanine, sus vetustos apartamentos quedaron a merced de “cuánto tienes, cuanto vales”, aunque los problemas macro, es decir,
estructurales, afectan a todos por igual.
La
planta baja resulta todo lo contario en tales casos, concebida para uso
comercial, algo común en el ámbito urbano de cualquier ciudad, fue totalmente
reconstruida; no faltan los acrílicos y tampoco los lumínicos. En estos sitios
mandan los dólares-digo-, tratándose de Cuba los pesos convertibles.
Hay
casos especiales cuando de esta arquitectura se trata, originada en la
monumentalidad del mundo entre guerras, cuando la humanidad adoraba a Einstein,
aplaudiendo el triunfo de la ciencia y la técnica sobre la naturaleza. Me
refiero a estructuras como la ocupada por el Ministerio del Trabajo y la
Seguridad Social, conservada mientras dure la paranoia iniciada hace 56 años.
No
es igual suerte la del Hospital de Maternidad América Arias, otra joya Art
Decó, esperando una reparación capital y, de paso, la justa remembranza de
quien fuera un ejemplo de mujer, desde la manigua mambisa hasta el palacio
presidencial.
Tales
son los avatares del Art Decó en La Habana, por ahora la mayoría de los guías
turísticos, oficiales o improvisados, se quedan con la parada frente al
Edificio Bacardí. La arquitectura, sin depender de los estilos, tiene su propio
mensaje, sentenciado por el modernista Gaudí cuando dijo:
”La belleza es el
resplandor de la verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay
arte”.
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente
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