miércoles, 8 de abril de 2015

Esplendor y degeneración del Art Decó en La Habana.

El devenir del Art Decó habanero comenzó en 1930 con la inauguración del edificio Bacardí y, al parecer, el panorama actual dice que allí mismo se detuvo este suceso cultural, tanto como el ostracismo permanente de la emblemática marca cubana, tan importante para nosotros como la Coca Cola para los norteamericanos.
Algunos detalles de aquel entonces asombrarían al capitalino de hoy: Terminado en menos de 300 días, ostentó el mérito de ser el edificio más alto de la ciudad, aunque pronto superado por la cúpula del majestuoso Capitolio. Los Bacardí emplearon ingenio y dinero: mármoles de seis países europeos, granito rojo de Baviera y una inmensidad de azulejos catalanes.
Hoy en día es difícil para los turistas evitar la parada frente al vigilante murciélago en lo alto, gastando megabytes de registros digitales, foto tras foto. Sin embargo, el Art Decó cubano tiene otros rostros, no tan bellos como esta inmobiliaria estatal, remozada con el apoyo de una bien interesada firma italiana.
Muy cerca, en la calle Prado, se nos viene encima el cine Fausto, tan infortunado como el célebre personaje de Goethe. En Cuba a casi todas las salas cinematográficas les cayó encima la maldición de Mefisto, coincidencia de los años treinta, cuando floreció el cine, exhiben hacia el exterior los rasgos del Art Decó, tal vez una prevista maldición mirando al futuro.
El Cine Cuba de la calle Reina (Simón Bolívar), anda peor que el mencionado Fausto, en cualquier momento se viene abajo, aportando a la ciudad otra enormidad de polvo y escombros, epidemia incontrolable hasta hoy.
Otros casos consiguieron una suerte a medias entre la ineludible abominación diabólica que nos persigue y quizás las ventajas del pacto temporal con Satanás: Son los casos, por ejemplo, de Almacenes Ultra, también en la calle Reina, y las salas teatro Jigüe y América, una al lado de la otra, formando parte de un edificio del mencionado estilo decorativo ubicado en la calzada de Galiano, oficialmente llamada Avenida de Italia.
De la desgracia no se salvan los vecinos por encima del primer piso y el mezzanine, sus vetustos apartamentos quedaron a merced de “cuánto tienes, cuanto vales”, aunque los problemas macro, es decir, estructurales, afectan a todos por igual.
La planta baja resulta todo lo contario en tales casos, concebida para uso comercial, algo común en el ámbito urbano de cualquier ciudad, fue totalmente reconstruida; no faltan los acrílicos y tampoco los lumínicos. En estos sitios mandan los dólares-digo-, tratándose de Cuba los pesos convertibles.
Hay casos especiales cuando de esta arquitectura se trata, originada en la monumentalidad del mundo entre guerras, cuando la humanidad adoraba a Einstein, aplaudiendo el triunfo de la ciencia y la técnica sobre la naturaleza. Me refiero a estructuras como la ocupada por el Ministerio del Trabajo y la Seguridad Social, conservada mientras dure la paranoia iniciada hace 56 años.
No es igual suerte la del Hospital de Maternidad América Arias, otra joya Art Decó, esperando una reparación capital y, de paso, la justa remembranza de quien fuera un ejemplo de mujer, desde la manigua mambisa hasta el palacio presidencial.
Tales son los avatares del Art Decó en La Habana, por ahora la mayoría de los guías turísticos, oficiales o improvisados, se quedan con la parada frente al Edificio Bacardí. La arquitectura, sin depender de los estilos, tiene su propio mensaje, sentenciado por el modernista Gaudí cuando dijo:
”La belleza es el resplandor de la verdad, y como que el arte es belleza, sin verdad no hay arte”.

  
Por Mario Hechavarria Driggs, periodista Independiente

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